Canción de autor con aires indies y esa capacidad para transpirar, para filtrarse poco a poco en nuestra memoria auditiva muy lejos de las melodías obvias y recurrentes. Así se las gasta la neozelandesa Hannah Harding, una autora fabulosa e intérprete intrigante, de voz grave y embaucadora, abonada siempre al misterio. El escenario no varía en el caso de este Warm Chris, álbum fabuloso que solo deja la incógnita de si supera o no a su extraordinario antecesor, Designer (2019), cuyo encanto quizá fuera algo más instantáneo.
Las coordenadas, de todos modos, continúan en parámetros similares. Esta hija de una cantante folclórica reedita su apuesta como productor por John Parish, habitual de P.J. Harvey, un hombre que aquí corrobora su gusto por las instrumentaciones sucintas y sin florituras. Es precioso ese piano sin apenas reverberación que asume el mando de las operaciones tanto en Ennui como en Fever, dos piezas decisivas de la entrega, aderezadas en ambos casos por tenues instrumentos de metal. Y ni siquiera se reservan grandes alharacas para Tick tock, la pieza más juguetona y la que más recuerda a The barrel, su homóloga en los tiempos de Designer.
Pensar en Harding como heredera de Kate Bush parece a estas alturas un juicio anacrónico, por mucho que estéticas e iconografías puedan confluir en She’ll be coming round the mountain. Resulta más sencillo recordar a Nico cuando nos enfrentamos con Leathery whip, o emparentarla con compañeras de generación como Cate Le Bon, otra amiga de la canción transversal y nada familiarizada con las líneas rectas. De ahí composiciones tan peculiares y seductoras como Passion babe, en la que Aldous abandona el confort de la tesitura grave y parece ejercer como una Suzanne Vega bajo criterios estilísticos de Lou Reed. O la lenta, delicada y crepuscular Bubbles, demostración palmaria de su soberbia escritura a fuego lento.