Hay un momento, a lo largo de estas casi tres maravillosas horas de música en directo, que compendia el carácter y actitud de Ben Sidran ante su oficio. Acontece hacia el final del segundo volumen, en mitad de una kilométrica interpretación parisina de “Let’s make a deal / Absent soul”. Hace una pausa Sidran frente al piano para hablar del poder universal de la música como un lenguaje sin restricciones ni fronteras, como un valor universal que suprime las diferencias y se erige en abrazo. Y, al enumerar a los integrantes de su formación, llega a la batería, ocupada por su hijo Leo Sidran, y le halaga: “Él también forma parte de una tradición musical”. Así es este maestro del jazz vocal, el swing y el bebop, un hombre que siempre ha rehuido los aires de grandeza pero sin cuyo concurso el pop jazzístico de las últimas décadas habría perdido infinidad de matices y colores. Esta colección es no solo un primor y una gozada, sino un fetiche: una preciosa caja triple, una edición restringida a 3.000 ejemplares, un libreto completísimo con artículos varios y una conversación con el interesado, ni rastro de versión digital. Mucho “groove” y ritmos palpitantes en el primer CD, con “The funkasaurus” como plato mayor; más jazz en el segundo, que se abre con el único botón de muestra madrileño (“Ballin’ on the reservation”, año 2000) y testimonia la huella de su sello Go Jazz; y las aproximaciones al pop de la tercera entrega. En total, 27 grabaciones, seis países y cuatro décadas, ya que este glorioso picoteo abarca de 1975 a 2015. Natural de Chicago, crecido en Wisconsin, conectado con Nueva York, Ben es un referente como en su día Mose Allison. Un ejemplo. Una envidia.