Bienvenidos al universo del hombre esquizoide del siglo XXI. Lo que en el álbum inaugural de King Crimson (In the court of the Crimson King, 1969) era una premonición se ha materializado ya como realidad sonora e invitación a un entorno pesadillesco. Black Midi (o black midi, si queremos ser puntillosos con la grafía) es una banda para valientes. Lo demostraron con su debut, el salvaje y abrumador Schlagenheim (2019), pero lo refrendan con un sucesor, este Calcavade, en el que todas las variables se exacerban y multiplican. Pensemos en los Crimson pasados por la turmix de los alemanes Can (o CAN, si seguimos tiquismiquis). Y, aun así, nos estaremos quedando cortos.
Calcavade, digámoslo enseguida, es un álbum extenuante. Pero no solo eso. Es, también, absolutamente maravilloso. El único gesto piadoso con el oyente parece su duración, unos prudentes 42 minutos repartidos en solo ocho temas. Pero aquí no sobra nada. Schlagenheim apostaba por una cierta tendencia al rock matemático, a la insistencia sobre nuestros tímpanos a golpe de martillo pilón. En Calcavade, el cuarteto británico ha decidido volverse incontrolable. Hay guitarras chirriantes, muchas. Pero se suceden también silencios abruptos, arrebatos de ira y apoteosis de lirismo sobrevenido. No existe posibilidad material de que sucedan tantas cosas en tan poco tiempo. Escuchemos Chondromalacia patella, por ejemplo. No hay estructura definible a la que agarrarnos, son cinco minutos ingobernables. Y terminan resultando emocionantísimos.
John L., la fantástica propuesta de apertura, apunta directamente a los Crimson de Discipline, con los bufidos de un vocalista, Geordie Greep (memoricemos este nombre), que dejaría al bueno de John Wetton en baladista bondadoso. También son muy crimsonianos los saxos desquiciados de Slow, un título que, por supuesto, solo podemos asumir en clave irónica. Pero sobre la firme base progresiva de todo el disco hay que incluir la redoblada furia adicional del post-rock, que moderniza la ecuación en direcciones nada lejanas a las que han convertido a sus paisanos de Squid en una de las mejores cosas que le ha sucedido a este año 21 (del siglo XXI).
Dejémoslo todo durante estos tres cuartos de hora escasos. Orillemos cualquier otra actividad, porque Cavalcade es inasumible como música de fondo. Hasta Diamond stuff, que sugiere un fabuloso remanso de paz en mitad de la obra, encierra afilados peligros. Álbum volcánico, torbellino conceptual, barrilete cósmico. Qué bueno que viniste para sacudirnos, a todos, de nuestras zonas de confort.
me cuesta , dos temas y paro . no me reoriento , muy pesado se me hace
Nadie dijo que fuera sencillo… 🙂