Puede que Schlagenheim no sea una propuesta apta para todos los oídos, porque estos 44 minutos furibundos conceden muy pocas oportunidades al descanso. Black Midi es un cuarteto asilvestrado, ruidoso, de energía alimentada por la rabia y los colmillos afilados. Pero este debut del cuarteto londinense no es una mera descarga de adrenalina y decibelios (que también), sino una elaborada exhibición de dominio instrumental, cambios de compás y ritmo, riffs envenenados e invitaciones a subir el volumen hasta que los vecinos comiencen a aporrearnos el tabique. La furia es muy saludable, y más en estos tiempos tantas veces absurdos. La pieza inaugural, 953, ofrece cerca de 100 segundos instrumentales para entrar en situación antes de que escuchemos los primeros rugidos de Geordie Greep, una fiera portentosa. Mejor aún si avanzamos hasta Bmbmbm, el tema que les sirvió a Black Midi como tarjeta de presentación, cinco minutos reiterativos, mareantes, enfurruñados y definitivamente hipnóticos. El math rock, esa especie de rock progresivo desquiciado que proliferó a finales de los setenta, parece la principal referencia estilística para estos caballeros; imaginemos Discipline, el tema que daba título al álbum de regreso de King Crimson en 1981, y nos haremos una idea razonable de por dónde van aquí los tiros (aunque, en comparación con estos jovencitos flamígeros, el afilado Robert Fripp parece un apóstol del lirismo). La extensa Ducter cierra este festín con una tímida incursión en el universo de la melodía y un ritmo por momentos bailable, aunque, finalizado el primer tercio, el desarrollo se detiene abruptamente y los de Londres proceden a prenderle fuego a todo. Así se las gastan, pero no les tengamos miedo: detrás de esos ojos inyectados en sangre hay cuatro chavales con su corazoncito.