Hay quien ha creído ver en Shadow kingdom una segunda parte, actualizada y muy mejorada, de aquel MTV Unplugged que alcanzó las tiendas en la primavera de 1995 con mejor acogida entre el dylanita ocasional que entre el devoto de la vieja guardia. La comparativa no va en absoluto desencaminada, por cuanto esta –necesaria– versión discográfica del concierto pandémico de 2021, disponible en su día por internet durante un periodo reducido de tiempo, es una visión íntima, acústica, sentida y hasta un poco nostálgica de un repertorio colosal y ya imperecedero, aún en vida de su firmante.
El de Shadow kingdom es, a buen seguro, el mejor Dylan octogenario posible, el hombre de aspecto ya vulnerable y voz ajada que llevará hasta el último de sus vidas su compromiso ético y esencial con su propia obra. A diferencia de su Never-ending tour, que últimamente pivota en torno a su idolatrado Rough and rowdy ways ,y antes en su larga serie de homenajes a Sinatra y el gran cancionero yanqui de la primera mitad del siglo XX, el repertorio se nutre aquí del ya sacrosanto repertorio dylanita de los años setenta y primeros setenta, con la única excepción de What was it you wanted (rescatado de Oh, mercy, de 1989) y de esa coda instrumental, Sierra’s theme, con aires de música incidental para alguna película de David Lynch. Y para qué engañarnos: este reencuentro con monumentos como I’ll be your baby tonight, It’s all over now baby blue, Queen Jane approximately o When I paint my masterpiece constituye un festín en toda regla.
Zimmerman se ha vuelto un crooner espectral, un lobo empapado en la mejor lírica que le aúlla a la noche desde algún club de iluminación ínfima y ubicación indeterminada, seguramente porque ese Bon Bon Club de Marsella, irreal e inexistente, donde acontece este Shadow kingdom representa todos esos lugares íntimos y tenebrosos donde alguna noche nos hemos encarado con nuestros fantasmas y hemos vertido más de una lágrima que nos enturbiaba la visión del escenario. Esa sensación de intimidad, de que Robert y su banda recatada y espléndida están interpelándonos directamente, desgranando esa sucesión de inapelables obras maestras solo para nosotros, es lo mejor que acontece con este disco en directo, pero desde el estudio. Y en formato de vinilo doble, aunque con su cuarta cara reducida a un mero grabado decorativo. En resumen: 14 canciones, apenas 55 minutos de gloria bendita.
A finales de los sesenta, cuando aquel Dylan aún veinteañero ya acariciaba la condición de divinidad, se popularizó un lema publicitario para resaltar sus propias virtudes interpretativas frente a la avalancha abrumadora de versiones: “Nobody sings Dylan like Dylan”. Ahora, más de medio siglo después, tal vez debamos convenir en que este viejito de ochenta y algún años nunca había cantado tan bien como lo hace ahora. En ningún momento ha sido un vocalista académico, de acuerdo, aunque su técnica abrupta, áspera y arrastrada haya influido, literalmente, a centenares de artistas posteriores. Pero en Shadow kingdom se nos muestra pausado, esencial y, sobre todo, conmovedor. Rehúye alguna de las notas más agudas, como en el caso de Forever young, desprovisto de su célebre fin de estrofa ascendente. Pero esto es, por Dios, un prodigioso magisterio de arte, amor propio y compromiso.
Pues dicho queda. Larga vida al maestro. Lo hemos visto en 5 décadas distintas, pero lo hemos vivido día a día, sentido en nuestro interior y proyectado hacia todo y todos los que nos rodeaban. Y así será, por siempre. Que tu luz nos ilumine nuestro camino siempre. Gracias Bob.
¡Gracias, Manuel!