Sometidos a una dieta severísima desde 2012, año del último álbum (Tempest) con material de autoría propia, los dylanitas hemos ido llenando el buche durante esta década con suculentos premios de consolación, desde la discutible catarata de homenajes a Sinatra (tres discos que, en realidad, son cinco) al sabrosísimo fondo de armario de The bootleg series, que siguen sirviendo para desempolvar tesoros sencillamente prodigiosos. Esta caja apabullante que hoy nos ocupa (14 discos) ni siquiera se encuadra nominalmente en esa colección, sino que de alguna manera sirve para complementar el documental de Martin Scorsese para Netflix sobre la gira Rolling Thunder, uno de los episodios más memorables que han acontecido sobre los escenarios en la historia del siglo XX. El caso es que aquella muy emocionante serie de conciertos ya estaba documentada en un álbum de la época, el muy rácano Hard rain (1978), y, sobre todo, en el quinto volumen de los Bootlegs, que en 2002 ofrecía una panorámica generosa, muy bien documentada y seleccionada y, en términos generales, más que suficiente para la inmensa mayoría de la humanidad. Esta caja es, de pura hipérbole, un evidente capricho para dylanófilos recalcitrantes, un colectivo nada pequeño. Y es, pese a su tamaño desmedido, una joya extremadamente apetecible, sobre todo porque se presenta con una calidad de sonido abrumadora y, puestos a contarlo todo, a un precio (menos de 70 euros) razonable para lo que viene siendo habitual en estos artefactos de coleccionista. Los tres primeros cedés recopilan ensayos en los estudios S.I.R. de interés solo relativo, sobre todo porque una parte significativa de las tomas son abortadas por los propios músicos.  Los cinco conciertos íntegros subsiguientes (cuatro en Massachusetts, uno en Montreal) son, en cambio, gloria bendita, si bien conviene avisar de antemano que no abundan las variaciones en el repertorio. Un inconveniente menor, en el caso de Dylan: nunca ha habido manera de que este hombre interprete dos veces una misma pieza de manera similar, e incluso se acaba notando la evolución de la banda a medida que va evolucionando (con Joan Baez, Roger McGuinn, T-Bone Burnett o la fantástica violinista Scarlet Rivera a bordo). Dejemos para el final la gran joya de la corona, ese disco número 14 de rarezas (Rare perfomances) con, entre otras perlas, una lectura de The tracks of my tears, de Smokey Robinson, o un acercamiento a Your cheatin’ heart, de Hank Williams. Puede parecer un botín exiguo. Y sí, de acuerdo, casi nadie necesita imperiosamente de ocho tomas distintas de un mismo tema, ni siquiera de esa preciosidad titulada One more cup of coffee (Valley below). Pero hablamos de Dylan y los parámetros son otros. En realidad, los propios del señor Zimmerman, un género en sí mismo.

 

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