A Bonnie Raitt no se la empezó a frecuentar en España (y siempre, conste, de manera poco generosa) hasta aquel Nick of time con el que revitalizó su carrera en 1989: el grácil obstinato rítmico de su tema central nos volvió rematadamente locos a toda una generación de seguidores de nueva hornada. Lo cierto es que para aquel entonces, ignorantes de nosotros, esta pelirroja de Burbank (California) ya acumulaba la friolera de nueve álbumes en una trayectoria esencial, exquisita y seguramente menos divulgada, incluso en su país, de lo que debiera.
El primero de aquellos trabajos es este, con el que debutó cuando aún no sumaba ni 22 primaveras y que, sin apenas difusión en su momento, hoy deslumbra como una de las grandes joyas ignotas de aquella efervescente escena en la Costa Oeste a principios de los años setenta. Allí donde todo era posible; sobre todo, el alumbramiento de canciones mayúsculas, mediaran o no sustancias estimulantes en el empeño.
Raitt, hija de una estrella de Broadway, era atípica en todo: excelsa guitarrista de blues en un género sin apenas mujeres en aquellos años, sabía aunar su amor por los 12 compases con otras afinidades más eclécticas, desde el folk-rock al rhythm ‘n’ blues. Y todo ello asomaba en este debut fabuloso, registrado a orillas del lago Minnetonka, cerca de Minneapolis: los músicos provenían en muchos casos de esta meca y, evidentemente, derriten los micrófonos.
“Entre sesiones de pesca y partidas de ping-pong, grabábamos en un garaje de madera. En directo a una mesa de cuatro pistas, para mantener un sentimiento natural y espontáneo”, escribió la jovencísima Bonnie en las notas interiores originales. Raitt abrió con un tema de Stephen Stills (Bluebird) y borda el clásico Since I fell for you, pero se adentra ya en la canción de autor con un tema propio, Thank you, y otro de Paul Siebel, Any day woman, que son oro puro. En el primero, de hecho, creemos por momentos estar escuchando a Carole King en otro de sus momentos de gracia. Solo que el espectro estilístico de Raitt era mucho más amplio, lo que quizá generase desconcierto y dispersión en esa falsa disyuntiva entre lo acústico y lo eléctrico. Solo los años han acabado por hacer justicia a un estreno que pasó de puntillas entonces y hoy merece, sin mayor demora, nuestras mejores reverencias.