De entre los trabajos periodísticos en torno a efemérides, a menudo tan entretenidos, a ningún escribano se le ocurrió nunca honrar este álbum. Tampoco la industria discográfica ha querido concederle la consabida edición especial, engrandecida con tal o cual añadidura. Es más, sospechamos que esta vez nos ocupa un disco difícil de localizar en cualquier formato, salvo que conservemos un ejemplar derivado de nuestra propia solera vital o heredado de algún dadivoso hermano mayor. Así pues, si queremos acariciar con nuestras propias manos un ejemplar de Rain dances, es probable que debamos realizar una incursión por los cajetines enmarañados de las tiendas de segunda mano.
Puede que en algún momento hayamos pasado largos años, hasta quinquenios, sin regalarle a los oídos una escucha de estas viejas Danzas de la lluvia. Por eso mismo, hemos de certificar que el reencuentro, cuando tiene lugar, termina siendo siempre mucho más entrañable y sustancioso que meramente melancólico. Tendemos a mirar hoy a Camel como una simpática (o, aún peor, anecdótica) anacronía, por aquello de esos teclados antiguos y vaporosos, como de pop progresivo más bien escaso de mordiente. O esas líneas de bajo, sí, tan convencionales. O su aspecto desastrado en la contraportada –melenudos sin pedigrí–, que hoy no bendeciría ni el estilista más condescendiente.
Son los hermanos buenecitos pero sin carisma de la gran familia del prog rock: fueron siempre cándidos, beatíficos, con más aspecto de chicos aseados que de estrellas internacionales dispuestas a encabezar un espectáculo de masas. Pero hay grandes momentos, créasenos, en este elepé. Y la sospecha de que sin canciones como Tell me, majestuosa, quizá hoy no conociéramos en toda su extensión a Midlake o John Grant, dos referentes que cualquiera reivindicaría con la cabeza alta. Si se nos permite la sugerencia, asómense por First light y, sobre todo, Elke: más de uno se llevará una clamorosa sorpresa.
Hubo un momento, con “Moonmadness”, en que Camel fusionaron a la perfección los largos pasajes instrumentales propios del rock progresivo con melodías cercanas al pop comercial. Sin embargo jamás rozaron siquiera el éxito masivo, aunque la fórmula parecía infalible. Siempre me sorprendió la falta de respuesta del mercado, aunque mantuviesen a lo largo de los años una considerable legión de seguidores que les permitió continuar su carrera en un discreto segundo plano.
Muy buena reflexión, Jorge. Es cierto, a Camel siempre se le ha visto como un grupo menor; agradable, voluntarioso e interesante, pero sin suficiente entidad. Un caso de libro de banda injustamente minusvalorada.
Para mí, Andy Latimer es uno de los mejores guitarristas -si no el mejor- del progresivo setentero y la ‘trilogía’ Mirage-The Snow Goose-Moonmadness sigue siendo gloria bendita para mis oídos, mucho mejor de lejos que algunas de las grandilocuentes y huecas obras de Yes o EL&P.
GRacias Fernando ! no recordaba el nombre de este disco, pero lo reconoci al ver la portada …alguna vez anduvo por la casa materna porque tengo hermanos mas grandes y a veces quedaban discos de las fiestas ,,,si ko veo de buevo , lo recato !!
En digital hay una edición remasterizada del 2023,en físico lo ignoro.Uno de los discos de mi juventud junto con Breathless
No tengo hermano mayor del que tirar, así que le pedí prestado a Spotify que me dejara oír este disco desconocido hasta la fecha. De hecho CAMEL es de esas asignaturas pendientes, a ver si en septiembre …
El caso es que soy de los que crecieron con ASFALTO y la deuda de estos es grande respecto de aquellos. Sí, los teclados son añejos, pero ¡se escuchan tan bien! La producción es muy clara y se distinguen perfectamente todas las partes que engarzan como se solía hacer en aquellos maravillosos 70’s.
Una vez más, gracias Fernando por abrirme las orejas a ‘nuevos’ discos.
Qué bien leerte un comentario así, Carlos. Gracias por tu generosidad.