Carlos Núñez conserva un predicamento indiscutible encima de los escenarios, como demuestra –y solo es un ejemplo– en sus ya tradicionales llenazos de todos los inviernos en el Circo Price madrileño, pero daba toda la sensación de haber perdido la fe en la faceta fonográfica. El flautista y gaitero de Vigo cambió el curso comercial de la música celta en España con el memorable A irmandade das estrelas (1996), un debut de éxito y ventas colosales en tiempos boyantes para la industria discográfica y de apertura de miras entre un público más permeable a las materias primas del terruño. Pero todo aquel contexto parece, sin afán de nostalgia, extraordinariamente lejano a día de hoy.
Por eso se comprende que Núñez haya mimado más su cuaderno de bitácora y la agenda de conciertos que la actualización del perfil de Spotify, y se recibe ante todo este Celtic sea como una grata sorpresa que ya no sabíamos bien si esperar, a poco que reparemos en las escasas visitas por los estudios de grabación que ha protagonizado nuestro protagonista en estos últimos lustros: el antecesor de este álbum, Inter-celtic, nos retrotrae hasta el más bien remoto 2014, y ya para aquel trabajo hubo que esperar un tiempo desde Cinema do mar, de 2007, y Alborada do Brasil (2009).
Todo ello puede mover de entrada al escepticismo, puesto que Núñez parece el primero en demostrar más bien poco interés hacia los viejos rituales discográficos, y el foco de su creatividad y hasta de su modelo de negocio camina por otra dirección. Y a estas aparentes expectativas limitadas hemos de sumar el hecho de que esta obra responde a un modelo de patrocinio por parte de una compañía de transporte por mar, Brittany Ferries, que consta como productora del trabajo, cuela en portada la imagen de una de sus embarcaciones y para la que Carlos ha compuesto incluso un himno corporativo de cinco minutos en dos movimientos, Mare brittanicum, que abre este elepé.
La fórmula, el contexto y los antecedentes suenan poco halagüeños, es verdad, así que la principal noticia al llegar a este punto es que Celtic sea merece inequívoca e indudablemente la pena. Mare brittanicum se convierte en una melodía concisa y preciosa, pero el grueso de la grabación y su nudo gordiano lo constituye la propia Celtic sea, una “sinfonía” (en realidad, más bien una suite) en 11 movimientos entrelazados que se extiende a lo largo de 35 minutos y pasa por ser una de las obras más ambiciosas, esforzadas y relevantes que ha abordado su autor en estas tres décadas largas transcurridas desde que tuviéramos las primeras noticias sobre su exultante y precoz magisterio, allá por los tiempos de la banda Matto Congrio.
Esta “madre de todas las composiciones” en el catálogo del vigués se concibe como singladura por las distintas geografías celtas tradicionales, de Gales a Escocia, el condado inglés de Cornualles y la Isla de Man hasta Asturias y Galicia, con incursiones en Normandía y la Bretaña, aunque las coordenadas territoriales se extienden a territorios peninsulares afines como el País Vasco, Cantabria e incluso León. El músico es una autoridad incontestable en la materia, y más tras su abrumador ensayo La hermandad de los celtas (2018), pero en lo musical este Celtic sea llama la atención por minucioso, detallista y apartado de los estereotipos aspaventosos y frenéticos. Más bien al contrario: la sensación general es de sosiego y plenitud, de un gusto por lo ambiental y paisajístico, por la descripción de unas tierras ricas y pletóricas a través de instrumentaciones asimismo boyantes y matizadas. Son 12 los músicos que acompañan a Carlos en el empeño –con su hermano pequeño Xurxo, como de costumbre, al frente de las operaciones–, y sorprende el despliegue de respuestas e intercambios melódicos entre los integrantes de este pequeño arsenal acústico, en el que sobre todo el arpa de Bieuenn Le Friec y las diferentes guitarras de Pancho Álvarez, inseparable de Núñez en todas sus etapas, desempeñan papeles muy destacados.
Carlos no siempre se ha sentido suficientemente comprendido, querido y valorado en territorio ibérico, un recelo quizá sustentado en suspicacias multilaterales. En cualquiera de los casos, Celtic sea representa una oportunidad preciosa para cualquier discrepancia. Sin ánimo de revolucionar una tradición sonora asentadísima, Carlos Núñez compone y recompone, hermana y entrelaza materiales, asimila y divulga. Y, ante todo, acaricia y emociona, tan preciso como siempre, pero matizado como nunca.
Un disco muy bueno. Tu sabes de alguna tienda en Madrid donde conseguir el CD? Soy de Argentina y mi cuñada está unos días en España, y dado que aquí no se consigue pensé en pedirle que me lo compre allí, pero veo que no está en la fnac.
Gracias!!!
La versión física no está demasiado extendida en las (pocas) tiendas que aún sobreviven, porque se trata de un álbum publicado a través de un sello francés con poca distribución. Pero que pruebe suerte tanto en El Corte Inglés de Callao como en Escridiscos, en la calle Navas de Tolosa (que está a un minuto de ese ECI).
Muchas gracias Fernando!
Scrivo dall’Italia, più precisamente dalla Romagna, dove la tradizione è rapprentata dal brano.”Romagna mia” che verrà cantato e ballato anche domani al Festival di Sanremo perché era diventato la colonna sonora dell’alluvione che ci ha colpito lo scorso anno e di tutti i soccorritori che ci hanno.aiutato a riprenderci. Non abbiamo più musiche “nostre”, molte sono copiate da valzer e mazurche di altri paesi europei. E neppure strumenti caratteristici come la cornamusa, e i musicisti che la suonano sono rari. Mi sono.stupita vedendo quanti giovani e ragazze suonano e ballano la musica tradizionale nel vostro paese.Qui si balla latino americano… Quando dici che Carlos Nunez non si è sempre sentito abbastanza compreso credo che le critiche siano venute da persone invidiose della sua bravura…e poi non tutti abbiamo gli stessi gusti..ma la sua grandezza è indiscutibile e questo non piace a chi è inferiore per abilità…
Qué honor recibir mensajes en idiomas distintos al español, y más aún si son en italiano. Grazie mile, Maria Teresa! 🙂
Es un trabajo fantástico