La música de Cimarrón no solo significa una lección magistral en términos sonoros, sino un estímulo para el aprendizaje de geografías y referencias etnográficas. La formación colombiana se ha convertido en un referente mundial del joropo, una expresión musical característica, en sus múltiples variedades, tanto en este país como en Venezuela, y que encuentra en el Orinoco su eje vertebrador. ¿Alguien recuerda Orinoco flow, aquel primerizo éxito global de Enya dentro de las músicas etéreas? Esta vez el caudal del río es auténtico y los contenidos de este álbum, una postal esclarecedora para comprender la idiosincracia de una comarca, un pueblo, una manera de sentir. Cimarrón se ha convertido en un emblema no ya de los sonidos autóctonos colombianos, sino de eso que denominamos, con cierta jactancia, world music. Pero tampoco debemos conceder tanta importancia a las etiquetas, siempre que nos sirvan, como es el caso, para orientar la mirada. Y Cimarrón sirve como nadie para radiografiar los llamos colombo-venezolanos, lo que se traduce en una velocidad endiablada, casi inconcebible, en la reproducción de aquellas enseñanzas de los ancestros. Al frente de la aventura se situaron siempre el arpista Carlos “Cuco” Rojas y su pareja, la vocalista Ana Veydó, referentes en la conservación de las enseñanzas ancestrales y héroes en la defensa del patrimonio propio frente a quienes piensan que la aldea global contribuye a la descentralización y los rasgos identitarios disimulados. Sucede justo al contrario, como este Orinoco se encarga de demostrar. Justo por eso ha gozado de tanto predicamento esta obra entre los conocedores europeos y estadounidenses. Puede que la raya fronteriza entre Venezuela y Colombia se encuentre anegada por la incertidumbre, pero no sucede así con el legado sonoro. El joropo es una virguería y una inyección de glóbulos rojos en nuestro torrente sanguíneo. Igual que la voz de Veydó, por la que fluyen las enseñanzas de varias generaciones. Igual que el repiqueteo en el arpa de Rojas, al que perdimos de manera súbita e inesperada en el fin de semana del 10 de enero, cuando todo apuntaba hacia la consagración. El destino es así de maldito y endiablado. Este aparentaba ser el disco definitivo, el desahogo, la consagración. Ahora se erige en esperanza, en alternativa. A ver en qué se queda, pero la figura de Carlos, bendecida en los grandes sanedrines europeos de las músicas del mundo, se merecería lo mejor.
Es una forma diferente de trasmitir nuestro folklor traspasando fronteras, una forma de romper los paradigmas de la música tradicional y esos compositores y directores crean y rediseñan el concepto del arte