Cuando a los dúos les llega la hora de partir peras, aquel que no asumía la voz cantante es quien siempre lleva todas las de perder. El caso de Eurythmics tampoco fue una excepción, por más que Dave Stewart hubiera ejercido como el gran arquitecto de aquel sonido grandilocuente y suntuoso, el artífice de humanizar el latido de las máquinas y extender a lo largo de toda la década de los ochenta un reguero de piezas tan comerciales y efectivas como endiabladamente exquisitas. Dio igual: tras proceder a la disolución de la sociedad conjunta bajo el elocuente título de We too are one (1989), Annie Lennox pudo darse el gustazo de estrenarse en solitario con un elepé denominado Diva (para qué menos), mientras su hasta entonces consorte musical había de probar las hieles de la desafección. Y casi, casi de la irrelevancia.
Hay algo de amargo en el fenómeno, porque este estreno de David Allan al frente de sus Vaqueros Espirituales no merecía en ningún caso tan clamoroso desarraigo. Queda la sospecha, como tantas otras veces, de que ni la una ni el otro fueron capaces de alcanzar por sí solos las cotas de gracia y excelencia que sí abrazaban gracias al impulso conjunto. Pero este estreno homónimo es el de un hombre habilidoso, experimentado y dueño de una caligrafía pop primorosamente esmerada. Y tan consciente de que su universo es poco abarcable como para concederse el autohomenaje de apretar hasta 14 títulos, 14, en los surcos de este vinilo.
Spiritual cowboys suena esplendoroso, redondo, con cierta propensión a la retórica y, sobre todo, haciendo buenas las insinuaciones del bautismo, muy cercano a Bowie. Es más, la voz de Stewart, que apenas habíamos tenido ocasión de escuchar, resulta quedarse bastante cercana, salvando las distancias, a la del Duque Blanco. Y hasta Soul years parece un émulo de Five years en el papel de tema inaugural.
El glam no aparecía en lugar destacado en la lista de condimentos habituales de Eurythmics, pero aquí sí emerge con gracia. Por lo demás, quedará para siempre la incógnita de qué habría sucedido con este repertorio, disparatadamente ignorado y olvidado, si Lennox hubiese figurado aún como la encargada de defenderlo. Quizá recordaríamos Love shines como una de esas grandes baladas inmarcesibles y Jack talking acentuaría su aura de baile zombi. Por no hablar de los metales gloriosos de Party town, émulos de aquella faceta más soul del grupo que había emergido en los tiempos de Be yourself tonight (1985). Stewart y Lennox quizá no hayan dejado nunca de necesitarse, pero seguro que ninguno de los dos estará jamás dispuesto a admitirlo.
Dos hallazgos. La web (felicidades) y esta copla que desconocía y que me remite a “Cars and girls”, de Prefab Sprout.
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