¿Un disco proscrito de David Bowie? Suena muy poco plausible, pero sucedió en 2000 y dio lugar a uno de los álbumes fantasma sobre los que más hemos fantaseado en los últimos veinte años? Puede que hubiera algo de caprichoso en la idea de regrabar un puñado de temas de su época más párvula, entre 1967 y 1971; canciones que habían fracasado con estrépito y solo eran reivindicadas por los seguidores más acérrimos, porque el común de los mortales ni siquiera los incluía en el cómputo discográfico del Duque Blanco. Pero también resulta inaudito, puestos a contemplar el episodio con perspectiva, que la discográfica Virgin tuviera la osadía de refutar la entrega de un hombre que, a sus 53 años, ya era una leyenda inconmensurable.

 

Ha habido que esperar 21 otoños para conocer oficialmente, al fin, cómo era aquel Toy que David Robert Jones convirtió en su juguete favorito durante el verano de aquel emblemático año 2000. Y aunque estos contenidos habían sido pirateados con cierta profusión, lo cierto es que descubrirlos de manera oficial, ordenada y en las mejores condiciones sonoras se convierte en el tesoro más fastuoso de Brilliant adventure (1992–2001), quinta gran caja antológica de Bowie, 11 cedés que abarcan el periodo entre Black tie white noise (1993), ese resurgir de las cenizas (aunque fuera con un sonido muy poco acorde con la época) tras el descalabro de Never let me down (1987) y el extraño paréntesis de la banda Tin Machina; y …hours (1999), un álbum cuya languidez, no siempre favorecedora, quizá influyera en las reticencias discográficas en torno al que iba a ser el sucesor.

 

Brilliant adventure encierra otras joyas muy relevantes, como los tres cedés de rarezas y material disperso que se aglutina en Re:call 5 y, muy en particular, el extraordinario doble álbum en vivo que se grabó en el Radio Theatre londinense de la BBC el 27 de junio de 2000 y que hasta ahora no había visto la luz. Pero Toy, claro, es la joya indiscutible de la corona. Y, subrayémoslo ya, un elepé luminoso, directo, fascinante y muy revelador, con un repertorio absolutamente adictivo, que habría gozado de muy buena acogida (barruntamos) si hubiese llegado a las tiendas.

 

La confianza de Bowie en estas autoversiones, en la segunda oportunidad para un material no ya redivivo sino absolutamente reinventado, queda en evidencia cuando descubrimos que en su visita al Radio Theatre ya deslizó dos de los cortes que iban a formar parte de Toy, el rutilante The London boys y el dinámico tema de apertura, I dig everything. Es fácil pensar en un álbum de estas características como un pequeño capricho, un entretenimiento circunstancial mientras se reúnen fuerzas e ideas para remar en otra dirección. Esas ideas no faltaban, a poco que reparemos en que la siguiente entrega oficial, ya en Sony, acabaría siendo el descomunal Heathen (2002), una de las obras más hermosas de nuestro añorado genio en toda su andadura. Pero Toy era un reencuentro muy revelador con un material demasiado balbuceante y al que en su día no se le había sacado apenas partido. Basta con escuchar Silly boy blue, irrelevante en aquel primer David Bowie de 1967 y absolutamente imperial ahora que conocemos su lectura final, 33 años después.

 

Parece muy evidente que nuestro mito londinense se lo pasó muy bien rehaciendo temas en su día deshilachados y que aquí podrían convertirse en sencillos de éxito, en particular Let me sleep beside you o Can’t help thinking about me. La banda de entonces, con Earl Slick a la guitarra y el viejo amigo Mike Garson al piano, buscaba un equilibrio fantástico entre veteranía y savia nueva, en particular por el flanco femenino: el bajo de Gail Ann Dorsey y el violín de Lisa Germano. Tan bien arropado se debió sentir Bowie como para resolver en una toma única algunas interpretaciones vocales, sencillamente memorables en los casos de The London boys, Karma man o Shadow man. Fue, en fin, disparatado el veto para este Toy, pero ahora nos consolamos descubriéndolo y refrendándolo como uno de los grandes acontecimientos discográficos para estas navidades del 21.

2 Replies to “David Bowie: “Toy” (2021)”

  1. Es un disco “muy bonito”, elaborado por una banda en comunión, con la salida de Gabrels, un recurso quemado ya en “Hours, sobre un repertorio carente de la agresividad conceptual típica de Bowie. Supongo que el rescate de este repertorio, fuese cual fuese el estado de los derechos de las canciones (Deca y sus sucesores han hecho uso y abuso de ese repertorio) debió de resultar gratificante más allá de su resultado comercial. Las mejores tomas se utilizaron como Bonus en los singles de “Heathen” y el cambio de tono era realmente chocante, tratándose de los mismos músicos. Disco Irrelevante como todo el pop, conmovedor como toda obra de arte.

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