Qué talentazo, Juanillo Gómez. Qué talentazo. El diminutivo se lo atribuye el propio interesado en una de las canciones de este cuarto disco (Quién me mandaba a mí) y al arriba firmante remite a aquella primavera de 2008 en que descubrió a El Kanka en el añorado Certamen Nacional de Cantautores de Ceutí (Murcia). Y, claro, arrolló. Inevitablemente.
Era puro desparpajo y lo sigue siendo, de la misma forma que los treintaybastantes no le han robado la frescura pilluela de la expresión. Pero ahora ya no es solo ocurrente, o simpático, o espontáneo, sino que los años y las canciones le han vuelto más observador, incisivo y sentimental. Cada uno de sus trabajos ha mejorado al precedente y este, que se aproxima ya mucho a eso de la madurez, le ubica no solo como el consabido cantautor enamoradusco, sino como un observador delicioso de esta vida tan repleta de grandezas, mediocridades y amplias gamas de claroscuros.
Sí se puede –mucho más estimulante que cualquier manual de autoayuda– y la mencionada Quién me mandaba a mí quedarán para los anales, igual que ese retrato de un hombre patético, Búsquese una vida, al que nuestro malagueño, pese a todo, otorga un pequeño resquicio a la ternura.
No acierta cualquiera ahora mismo con versos así: “Que solo se toreen las ‘cornás’ del hambre”. O “No se crea en los laboratorios: tu belleza es un arte aparte”. O “Puedes volver a coleccionar segundos de placer y estrofas”. Esos y muchos otros concurren aquí. Ingenio ocurrente. Ingenio recurrente. Y ayudas distinguidas, como la de Jorge Drexler en Por tu olor. Qué bueno que vinieron.