En el año de todas las sorpresas –no todas pandémicas ni desagradables–, Fleet Foxes se suman a esa emergente travesura de los discos publicados de manera inesperada y sin ningún tipo de aviso previo. Tras el desconcertante regreso de Crack-up (2017), que ponía fin a un paréntesis de seis años con un menú extenso, inconexo, enrevesado y de una ambición no siempre fácil de digerir, Shore se erige probablemente en la otra cara de la moneda. Ni siquiera pretende retomar la dulzura bucólica y polifónica de los inolvidables Fleet Foxes (2008) y Helplessness blues (2011), sino actualizar el repertorio con la colección más límpida, directa, sentimental y hasta generosa (15 títulos que desearíamos que no se agotasen nunca) salida de la pluma privilegiada de Robin Pecknold.

 

Los de Seattle quisieron que supiéramos de estas nuevas andanzas coincidiendo exactamente con el equinoccio otoñal, este 22 de septiembre, lo que confiere de inmediato a Shore ese tono de luz hermosa y tenue, crepuscular, que preside buena parte de estos 55 minutos. Pecknold ha acertado con un repertorio sosegado, entrañable, absorto, en que el tiempo transcurre despacio, el metrónomo jamás se revoluciona y solo necesitamos la compañía de estas canciones. Todo lo demás sobra. Y un disco que invite a su escucha sin interferencias es, en efecto, una bendición.

 

No parece haber ni siquiera empeño por encontrar singles evidentes, y de ahí quizá esa renuncia a las tarjetas de presentación, al goteo previo y ya casi tradicional de tres o cuatro adelantos. Shore es un ciclo de canciones que debe ser comprendido, digerido y evaluado en su integridad, más allá de que sea imposible no hacer escala en capítulos como Sunblind, emotivo homenaje (con Richard Swift en el primer verso y mención especial a Elliott Smith) a los ídolos que nos dieron el disgusto de marcharse demasiado pronto.

 

Robin apunta a un tiempo que no existe, y menos aún ahora. A las ensoñaciones que sugiere la extraordinariamente evocadora Going-to-the-sun road, con sorpresa final en forma de lengua portuguesa por gentileza de Tim Bernardes. A la comunión con la esencia, al contacto de los pies desnudos con la arena mojada. A la radiante belleza acústica y camerística de Cradling mother, cradling woman, el tipo de genialidad que le atribuiríamos a Sufjan Stevens si este año no se nos hubiera escorado hacia su veta más electrónica.

 

Shore es el disco más hermoso de 2020 que menos sirve como banda sonora de 2020. Llamémoslo escapismo, si se quiere. O, en solo un par de palabras, pura belleza.

 

 

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