“Te perdí una y otra vez, y hoy me vuelvo a levantar”. La voz solemne, tristona y hasta un punto dolorida de Carles Ribas, aderezada con esas guitarras fronterizas y polvorientas que parecen prestadas de Chris Isaak, se eleva como una metáfora de la derrota y la redención para Elgin Baylor, la magnífica pieza con nombre de mítico baloncestista de la NBA con la que abre la banda tarraconense su larguísimamente esperado segundo elepé. Muchos habrían olvidado ya el nombre de los de Reus, en vista de que Applause, su estreno angloparlante, se remonta ya a 2014, pero este retorno inesperado en la escudería de No Aloha Records (The Silos, Carolina Otero & The Someone Elses…) se erige en un oasis de inteligencia, elegancia, honestidad y pulso fino para el retrato de las pequeñas grandezas y miserias cotidianas.
Como en tantas otras ocasiones en este país, INQ es una banda de excelentes e inusuales hechuras en las que nadie parece reparar de entrada, quizá por el siempre proceloso desdén hacia todo cuanto se aleje de las grandes ciudades. Pero una formación que ha compartido escenarios con Robyn Hitchcock y Robert Forster (The Go-Betweens) no puede ventilarse con unas pocas líneas ni reducirse a la condición de anécdota. Aquí hay bagaje en la memoria musical y sentimental de estos músicos, además de una férrea determinación por contar historias a pie de calle que se alejen de los lugares comunes.
Lo comprobamos en la orgullosa y agridulce Seremos imperfectos, quizá la gran joya del lote. “No es verdad lo que dice la gente. Déjalos hablar”, refunfuña Ribas antes de lanzar el gran dardo: “Tu fragilidad los hace aún más fuertes, no alimentes más tanta mediocridad”. Frente a toda esa porquería circundante, nuestros islandeses de Tarragona vienen a confirmarnos que pasar los días al lado de alguien que merezca la pena se convierte en una de las maneras de hacer nuestras vidas menos insoportables. La reflexión se antoja entre lúcida y amarga, desencantada pero resistente a la derrota. A Germán Coppini le habría conocido conocer a estos muchachos y designarlos como dignísimos herederos de su poético universo de apoplejías.
Hay ademanes de crooner a las puertas del desencanto (L’animal), pop-rock guitarrero con un marcado acento sardónico (Ego trip), burbujas de legítima y muy adictiva new wave (Camisa de cuello mao, Vanitas vanitatis) y ese fabuloso instinto melódico, de inspiración probablemente escocesa, que alimenta tesoros como ese adorable epílogo titulado 6:46. No sabemos si Islandia no quema nunca, pero las 10 grandes canciones que han recopilado estos islandeses del Baix Camp nunca defraudan.