Pertenece Javier Márquez a una especie tan rara e insólita, la de los compositores e instrumentistas versátiles, hipersensibles y apegados a la música instrumental, que podría extinguirse sin que muchos reparasen siquiera en su ausencia. Por eso es tan importante reivindicarle y preservarlo, más aún en el momento en que abandona su habitual condición de subalterno –le hemos visto junto al cantautor Luis Medina; el guitarrista gaditano Pipo Romero, al que le produjo Ikigai, y hasta ocasionalmente en la banda de Eliseo Parra– para erigirse en protagonista, ofrecer su propia música y avalar un estilo propio que bebe de las músicas folclóricas propias y orientales, pero también el ambient, el jazz contemporáneo y esas obras instrumentales y ultramelódicas que en su día se popularizaron como “nuevas músicas”.
Márquez es cordobés, lo que sin duda habrá ayudado en su apego por las sonoridades árabes, y responde a la condición de multiinstrumentista hasta extremos muy infrecuentes: su formación básica es la de guitarra y oboe, un tándem ya de por sí inusual, pero ha extendido sus habilidades casi en cualquiera de las direcciones posibles, desde el piano, los sintetizadores y la secuenciación a los instrumentos afinados de percusión –marimba, hung– y, sobre todo, a los vientos, desde el saxo soprano a la flauta india o bansuri. Pero la condición que más explota aquí es la de dominador pasmoso de duduk, el instrumento típico armenio, una especie de oboe con madera de albaricoque que popularizó el héroe nacional Djivan Gasparyan y cuyas posibilidades apenas se han exprimido por tierras ibéricas. Aunque siempre hay excepciones: escuchando su precioso Quietude, tercer y nuclear corte en este Momentum, nos vino a la cabeza el trabajo del madrileño José Ramón Jiménez, 20 años atrás, para aquella pieza de La Bruja Gata titulada Playa Garabatos.
A Javier no parece darle miedo la utilización del término new age para referirse a su obra, y bajo ese epígrafe ya obtuvo varios premios y distinciones con motivo de su estreno solista, The shelter point (2021), de que Momentum ejerce ahora como heredero y evidente continuador. Pero la suya es una espiritualidad íntima y reposada que bebe no solo de Asia, sino de la tradición cinematográfica y, en el caso del corte inicial, Resilience, de Mike Oldfield. La guitarra eléctrica de esa pieza, ejecutada aquí por Pablo Cano, reproduce de manera muy evidente las enseñanzas del músico británico en sus tiempos de The songs of distant earth (1994), un álbum que debió dejar honda huella en aquel niño cordobés que ahora aflora sin miedos ni tapujos, con el orgullo de quien busca brotar la belleza en fuentes muy poco exploradas.
Momentum es una rareza y una preciosidad, un remanso de paz y hermosura que abona un sosiego muy infrecuente sin incurrir en los tópicos de la mística o el engolamiento. El tema central, con el complemento vocal sin palabras de Clara Sorace, es un regalo para cualquier oteador de bandas sonoras (en busca de película), y otros pasajes hacen pensar en muchas tardes de infancia en compañía del Paul Winter Consort, el clarinetista Richard Stoltzman o el jazz lírico de Oregon y Ralph Towner. Por ahí van los tiros con Márquez, un melómano de mirada prístina al que debemos preservar a toda costa.
Muchas gracias, Fernando por esta reseña de “Momentum”. Me ha encantado leerte y verme tan identificado con lo que te sugiere mi música. Para mí, ya ha merecido la pena todo el esfuerzo dedicado a este trabajo. Como bien dices, este tipo de género instrumental pasa muy desapercibido y siempre se agradece un poco de atención por parte de los medios.
Curiosamente, Eliseo también coincide contigo en lo de la idoneidad de esta música para el cine. Hace sólo unos días que me lo comentó.
Muchísimas gracias, nuevamente!!
Espero saludarte y conocerte pronto en persona.
Un abrazo fuerte!!
Javier.
Sin duda una obra hecha para disfrutar con los 5 sentidos y dejarse llevar por sus combinaciones sonoras. Esto es crear música. Enhorabuena.
Muchas gracias, Miguel Ángel!!