Siempre me pareció evidente que Drexler juega en otra división. Y son ya muchos años y discos demostrándolo, con muy pocos contraejemplos; “Amar la trama”, quizás, la única de sus entregas que me sugirió algo muy parecido a la indiferencia. Este “Salvavidas…”, desde luego, renueva todos los votos con nuestro uruguayo del barrio de Chueca. Incluso alivia como un bálsamo en unos momentos en los que agradecemos sobremanera el tacto, la cercanía, la caricia. La redención siquiera fugaz, a tenor de la materia volátil y perecedera de ese remedio que el título nos ofrece. “Silencio” es un manifiesto necesario para la vida moderna y, musicalmente, una genialidad con esos parones súbitos y cada vez más enfáticos. “Telefonía” figura entre esas canciones perfectas e instantáneas que a Drexler le salen con una espontaneidad pasmosa, como si fuera sencillo justo lo que resulta más difícil. El tributo a Sabina (“Pongamos que hablo de Martínez”) tiene mucho encanto, los dúos con voces femeninas (Julieta Venegas, Natalia Lafourcade, Mon Laferte) funcionan bien y cualquier oyente poco proclive claudicaría ante una apertura como “Movimiento”, que encierra algunos versos sensibles y maravillosos: “Es más mío lo que sueño que lo que toco / Yo no soy de aquí, pero tú tampoco”. Solo no comparto el empeño de Drexler por que solo suenen guitarras en todo el disco, incluso utilizando sus cajas de resonancia como percusiones. Como experimento sonoro resulta interesante, pero si se prolonga durante 11 canciones, la totalidad del repertorio, también puede parecer innecesario y, sobre todo, reiterativo. No creo que esa demostración de originalidad y restricción durante tres cuartos de hora acabe aportando un valor añadido, sino privándonos de ocasionales colores y aderezos, limitando la paleta y los recursos por un empeño que parece más un reto que una necesidad. Pero es una objeción circunstancial. Las canciones están ahí y son magníficas. Qué fácil constatarlo y qué difícil conseguirlo.