Por esas cosas inescrutables que tiene la química, un valor imposible de asir o ponderar, ni Tom Chaplin en solitario ni Tim Rice-Oxley al frente de Mt. Desolation se han acercado remotamente a los logros que acumulan desde 2004 cuando operan de manera consensuada, el uno pensando en el otro a la hora de escribir y el cantante derramando pasión frente al micrófono. Por eso era cuestión de tiempo que Keane retomara la andadura, aunque los siete años transcurridos desde Strangeland se les habrán hecho cuesta arriba a los miles de seguidores de una banda que siempre ha sabido conjugar la épica y la catarsis, y que parece tocada por los dioses clásicos del pop a la hora de erigir himnos que se adhieren a la memoria desde la primera escucha. Este quinto trabajo (o sexto, si contabilizamos Night train, oficialmente un EP, aunque más extenso que muchos álbumes) no es un retorno a la forma, porque sería injusto determinar que alguna vez la perdieron, pero sí un reencuentro con unos viejos amigos a los que nos resistíamos a borrar de la agenda. Mientras Chaplin había sido tradicionalmente el que afrontaba adicciones, rehabilitaciones y quebrantos varios, es ahora su compositor de cabecera quien se lame en estas canciones las heridas ante una hecatombe sentimental. Pero del dolor, como tantas veces, nace la reafirmación, y algunas de estas piezas figuran entre las más poderosas que Rice-Oxley ha escrito en toda su vida. Los dos sencillos de cabecera, The way I feel y Love too much, son robustos, pegadizos, clásicos instantáneos que incorporar a ese repertorio del que no se podrá prescindir en ningún directo. La obertura, You’re not home, es oscura y creciente, se entretiene con un preludio instrumental de casi dos minutos que define el tono sintetizado del álbum (las guitarras han vuelto a desaparecer) y gana en solemnidad y belleza a cada escucha. Put the radio on también es original en su estructura perseverente, rara, casi robótica y, en último extremo, muy seductora. Pero las verdaderas joyas son las espectaculares Phases y Stupid things (esta con casi más estribillo que estrofa: desgañítense) y la afortunadísima Chase the night away, que parece susurrada al oído por Paul McCartney en persona. Ninguna visita te tomará por el más moderno del barrio si colocas Cause and effect en tu giradiscos, pero pocas elecciones recientes habrá más afortunadas.