Muchos quisieron ver en Coney Island baby un retorno de Lou Reed a la excelencia solista de Transformer (1972), el trabajo que con su única existencia ya le habría hecho eterno en nombre propio; incluso una conexión con la Velvet Underground en los momentos postreros de Loaded (1970). En realidad, cabe sospechar que el ya por entonces maestro pretendía sobre todo sacudirse el capricho de Metal machine music (1975), una supuesta transgresión, o tormenta ruidista, que no hay manera humana de considerar sino un disparate manifiesto y un artefacto incompatible con la escucha. Y la vuelta a la cordura se produjo con ocho canciones crudas, eléctricas, sencillas, directas, absolutamente fabulosas. Rock de autor sin artificios y en estado de gracia, para evidenciar que de la chistera con la que el eterno provocador se retrataba en portada y contraportada podían seguir saliendo prolongadas hileras de conejos. La criatura de Coney Island nos apuntaba a la mandíbula con su apuesta por el formato de cuarteto, sin teclados ni esas sofisticaciones recargadas, pero muy poco naturales, que ya lastraban Berlin(1973) y no digamos el muy endeble Sally can’t dance (1974). Lou se ventiló la tarea en apenas diez días de encierro en los estudios neoyorquinos de Mediasound, entre el 18 y el 28 de octubre de 1975. Ocho canciones, mucha declaración amorosa de efectividad instantánea (Crazy feeling, She´s my best friend), digresiones circunscritas a los deliciosos seis minutos circulares de Kicks, con Reed en bucle y la guitarra de Bruce Yaw propiciando el barullo. Reed admitiría con los años que se encontraba en una situación económica de práctica bancarrota y había prometido al presidente de RCA, Ken Glancy, que no grabaría nada parecido a un “hijo” de Metal machine… Cumplió holgadamente con su palabra. Ciney Island nos reconcilia con el rock como punto de partida, como credo, alfa, omega y cuanto ordenasen las Sagradas Escrituras del underground en la Gran Manzana. Entran ganas de colarse entre los cuatro mientras prendían la llama, sin artificios, de A gift (pura sutileza eléctrica) o el paradigmático tema central. No salió ningún gran éxito de este álbum: la gracia estaba, sigue estando, en suministrárnoslo de principio a fin.
Lo estoy oyendo en un día azul y luminoso de la costa sur de España, como son casi todos los días aquí y es ideal. Me gustan muchos discos de Lou Reed : Su primer album, transformer, Berlin, Blue Mask, Set the twilight reeling…pero el sonido de este de principio a fin es cautivador, convirtiendose en mi favorito desde hace muchos años. El que tenga Transformer, Berlin, etc…y quiera salir de esos albunes tan famosos y no se atreva a dar el siguiente paso, yo le recomendaria este disco. Muy-muy bueno.
¡Qué buen resumen!
Lo estoy escuchando ahora en el coche en un típico día gris de Bilbao, no hay mejor banda sonora, bendito Lou Reed
Lou Reed, Bilbao y el cielo gris: un bonito triángulo. Gracias por compartirlo, Gabriel.