Puede que Luis Pastor asuma con una mezcla de orgullo y algunas gotitas de pelusa ese fenómeno generacional por el que un hombre de su solvencia, emotividad y trayectoria ha pasado a convertirse en el “padre de Pedro Pastor” a los ojos de un determinado público. Pero este Extremadura fado, para quien quiera escuchar y ponerse al corriente, es un alarde en toda regla de frescura, finura y espontaneidad, de magisterio en eso que podríamos llamar canción de (o desde) la raya. Porque Luis coloca un pie en cada lado de la frontera ibérica y deja que la comunicación fluya entre ambas orillas como rara vez sucede con esos vecinos a los que prestamos infinita menos atención de la que merecen.
Pastor lleva ya la mayor parte de su vida afincado en la meseta capitalina, pero no por ello ha renunciado a la raigambre, al aroma de esos orígenes occidentales que le siguen ejerciendo como orgullosos delatores. Y pocas veces ese enamoramiento transfronterizo se ha hecho tan explícito como esta, una colección que se erige en intersección óptima. Mucho más allá, desde luego, del fado como forma musical concreta, aunque sea la preponderante tanto en Ausencia como en Cáceres y Badajoz, que a ratos suena como si el admirable Carlos Cano volviera por unos instantes a nuestras vidas. Y cómo no agradecerlo.
En realidad, la deuda de Luis con la lusofonía proviene más de la canción de José “Zeca” Afonso, y tanto él como su sobrino, João Afonso, parecen latir en el pálpito de bastantes de estas páginas. Podemos barruntar también el ascendente del siempre extraordinario António Zambujo en el sentido del humor que late en dos de los momentos más memorables, esa oda al despecho que es Despedida (“La memoria de los peces son 100 gigas a tu lado”) y la no menos burlona, pero más trovadoresca Gioconda de tristes labios (“Ahórrate los lamentos, no te mires el ombligo / Que llegado este momento no te salva ni Cupido”).
Es un gusto por la sorna que tampoco le queda lejos a otro portugués, Vitorino, al que deberíamos tener mucho más escuchado en esta jactanciosa parte mayoritaria del ruedo ibérico. Un trabajo adictivo en su pluralidad: casi coplero en Desengaño, que debería caer en manos de Miguel Poveda antes o después; caboverdiano en Las penas pa’ mis adentros, impregnado en esa tierna fragilidad poética que tan bien retrata a Pablo Guerrero, otro ilustre hijo de la tierra. Luis se muestra pletórico y jovial, pero el cacereño de Berzocana cumple 70 primaveras en junio y medio siglo desde sus primeros testimonios fonográficos. No es ningún chaval, pero la escucha de Extremadura fado contradice esas tozudas certezas que se gastan los biógrafos. Y llega con el dulce regusto de La paloma de Picasso (2020) aún fresco en nuestras memorias.