Nos había mantenido en estos últimos años sometido Luis Prado a una dieta ciertamente severa, no sabemos si como consecuencia subconsciente o involuntaria del éxito de su hilarante Estoy gordo. En los cinco años transcurridos desde el disco que lo incluía (Mis terrores favoritos, el debut en solitario de nuestro geniecillo valenciano), el hasta entonces jefe de filas de Señor Mostaza solo había enriquecido su catálogo con un par de entregas de sus versiones a piano y voz de clásicos pop favoritos (Plays standards, volúmenes 1 y 2) y con un escueto single en 2020, Deberías/Tu red social, que más bien parecía plataforma de salida para un par de piezas menores. El tsunami emocional es, en consecuencia y a todos los efectos, el “esperado” y “siempre difícil” segundo LP de Prado. Y supone de alguna manera lo que todos esperábamos de él: mostacismo puro y reconcentrado.
Luis ha ido forjando una personalidad propia, acentuada y singular, muy distinguible en un panorama carente por completo de una figura remotamente parecida a la suya. A Prado podríamos considerarlo un portavoz involuntario de eso que ahora se denomina con desdén (la insolencia como signo de los tiempos) “generación boomer“, así que las suyas suelen ser crónicas de la mediana edad desde un prisma humorístico de puro cotidiano: los telediarios presentados por Ana Blanco (El fin del mundo es ya), las hordas reaccionarias que gravitan en torno a El Mundo y OK Diario (la demoledora Te vi terraplanista), las sucesivas catástrofes de las relaciones malogradas (Tsunami emocional), las “cuatro o cinco cajas de Orfidal” para narcotizar nuestra añoranza de la persona amada (No puedo olvidarte) o la pereza que produce, en todo este contexto de calamidad sentimental, regresar a la casilla de salida (Recomenzar, resetear y tal).
Lo sabíamos de hace mucho, pero lo constatamos de manera clamorosa: Prado es punzante e hilarante a partes iguales, mueve a veces a la sonrisa y otras muchas, a la mueca. Pero en su maravillosa habilidad para capturar con pocas palabras nuestro acreditado patetismo cotidiano, ningún hallazgo supera estos dos versos de Vals del montón: “Y yo soy tan poco cool / Soy como Quique en Verano azul“.
¿Alguien con menos de 45 años puede igualar el calado generacional de esa afirmación? La respuesta correcta es no.
Luis ha querido que afináramos nuestras cinturitas, aun a sabiendas de que nunca volverán a ser de avispa, si alguna vez lo fueron. Pero el ayuno de estos años se ve compensado por un menú degustación de altos vuelos, 12 platos sin rastro de fritanga. Y con un sello cada vez más luisista, como buen paradigma de la cocina de autor. En Prado siempre anidan ramalazos de Beatles, Supertramp o Ben Folds, ejemplos de músicos que componen al piano y se saben bastantes más que tres acordes. Pero El tsunami emocional suena mucho más a Prado que a ningún otro apellido ilustre. Los oyentes con bagaje coleccionarán guiños aquí y allá, como ese vocoder para Todo está decidido que nos sitúa justo en el año de Video killed the radio star. Pero Prado ya tiene una edad, como sus seguidores. La edad de que le surjan émulos, no de parafrasear él a sus ídolos. De momento la línea sucesoria está sin ocupar: nadie, como decíamos, se parece a él. Bueno sería que alguien diseccionase este Tsunami como hoja de ruta: ojalá fuera menos excepcional encontrarse con un disco de pop tan rabiosamente inteligente.