¿Una invitación a la nocturnidad? Sin duda. Pero a esos episodios nocturnos de serenidad y sosiego, de silencio sepulcral en las calles y una brisa que se cuela como caricia por la ventana entreabierta. A Marta Cascales Alimbau (esforcémonos por quedarnos con el nombre, pese al doble apellido) la encuadran de inmediato en eso que ahora se denomina modern classical, pero unos lustros atrás la habríamos colocado bajo el epígrafe de nuevas músicas o new age. Es lo de menos. Lo importante es la reformulación de la sutileza a cargo de una mujer que, aun a solas con su piano, renuncia a cualquier forma de virtuosismo y concede casi tanto valor al silencio –qué importante– como al sonido.
Porque el piano, en sus manos, no parece tanto un instrumento de cuerda percutida como un ser vivo con respiración propia. Es curioso que la artista barcelonesa se decante por una forma de grabación tan orgánica, en la que el sonido de la tecla y el martillo están muy presentes. Escuchamos no solo el piano, sino la atmósfera que lo rodea y contiene. No es solo melodía y armonía. Juega también una baza importante cómo crepita la sala. Nos quiere Marta a su lado y de su lado, no cabe duda.
Los nombres de Ludovico Einaudi y Ólafur Arnalds surgen de inmediato como referencias evidentes, aunque el parentesco puede extenderse, con las mismas, al jovencísimo Gabríel Ólafs o nuestro Nico Casal. Es curioso, de hecho, este repunte de pianistas instrumentales amigos de los paisajes absortos, una circunstancia muy anterior a la pandemia que en el contexto actual puede adquirir, como casi todo, una dimensión adicional. Cascales Alimbau, que ya se había dado a conocer por su participación en el documental Sueños de héroes (Fundación Leo Messi) o la gran acogida digital de su pieza Almost here, es consciente de que su música debe ser suministrada en dosis moderadas para no perder efectividad. Anoche se extiende durante apenas 35 minutos, aun incluyendo una doble versión (instrumental y vocal) de Lágrimas negras, parca y sutilísima lectura del célebre bolero de Miguel Matamoros.
La voz de Pere Martínez en esta y la de Grauwi en Corales sirven como únicos invitados de la obra, en ambos casos a modo de añadidos o bonus tracks. El foco debe recaer en exclusiva en la sugerente figura de Cascales, que, para los oídos más minuciosos, utiliza hasta tres pianos distintos a lo largo de sus siete piezas solistas. Bien por ella, a falta ahora de la prueba del algodón que supondrá un álbum en un formato más amplio.