Michael Kiwanuka figura entre esos raros artistas que desde el primer día parecen predestinados a las grandes empresas. Siempre se ha comportado con indisimulada ambición creativa, a menudo sin grandes aliados ni asideros, y solo su excelencia como uno de los compositores más íntegros e imponentes de la década le ha permitido salir airoso de cada trance. Este tercer álbum aporta un ejercicio extremo de talento; incluye tal cúmulo de información que necesita desbrozarse poco a poco, desentrañando su carácter poliédrico y el alcance de un repertorio que se empeña en arañar y dejar huella, incluso herida.
La seriedad de este Kiwanuka la avalan su título nominal, solemne, y hasta la presentación elegida para el formato físico, una muy poco frecuente carpeta de tapas duras en la que nuestro protagonista es retratado con aires casi de evangelizador. Si Home again (2012) parecía el Moondance de un Van Morrison negro y Love & hate (2016), un tremendo ejercicio de soul profundo e hipnótico, aquí el discurso se ramifica hasta convertirse en una maravillosa enredadera de inspiraciones, afluentes y sintaxis musicales. La opulencia inicial de You ain’t the problem parece remitir sin discusión hacia Curtis Mayfield, incluso en la estética del videoclip, pero no encontraremos dos temas que repitan el mismo código durante todo el álbum. Hard to say goodbye es un fantástico viaje de guitarras cósmicas y cuerdas bajo los efectos de alguna sustancia, Hero forma parte de esas baladas que acaban alborotándose y Piano joint emociona con su honda serenidad a media voz.
La mano de Danger Mouse en la producción, siempre abonado a la sofisticación elegante, se hace manifiesta en Final days, con arreglos orquestales, atisbos de electrónica, distorsiones y efectos de voces, todo a la vez. Hay que hurgar una y otra vez en Kiwanuka, porque cada incursión en el laberinto nos conduce hasta algún rincón inexplorado. Los desarrollos son extensos, casi en la tradición del rock sinfónico (I’ve been dazed), y hay algo incluso de Pink Floyd en esa solemnidad grandiosa que sobrevuela todo el conjunto. Pocos discos de 2019 resistirán mejor que este al tiempo y la sobreabundancia de material para nuestros oídos.