¿Qué podría hacer un autor de (grandes) canciones de regusto clásico a la altura ya de su octavo álbum? Ray LaMontagne debió de formularse esa pregunta al afrontar Monovision y decidió colocar el acento en aquello que más valor confiere a su trabajo: la primera persona. Porque esta entrega exacerba la apuesta por la autoría propia hasta el extremo de que todo cuanto sucede es atribuible a LaMontagne, firmante de música y letra en las 10 canciones pero también productor, ingeniero e intérprete de cuantas voces e instrumentos escucharemos aquí. Y no, no es un álbum de sonido austero, sino casero (que no es lo mismo) y radicalmente orgánico.
Nuestro barbado de New Hampshire ya nos había dado muy abundantes muestras de su escritura talentosa desde aquel debut de 2006, Trouble, con el que se demostraba cómo el influjo de Van Morrison había llegado con creces hasta Nueva Inglaterra. Monovision tiene mucho de regreso a los principios fundacionales, después de que Ray hubiera venido apostando en los últimos tiempos por un tímido acercamiento a la psicodelia tanto en Ouroboros (2016) como en Part of the light (2018), álbumes apreciables pero ligeramente desenfocados.
Nada de eso sucede en este cancionero que parece nacido con el firme propósito de que ninguna de sus páginas parezca escrita más allá de, digamos, 1972. Y que apela a las mejores herencias para conseguirlo: desde los Led Zeppelin más acústicos en la inaugural Roll me mama, roll me a unos Creedence Clearwater Revival en estado de gracia para Strong enough. Y con el ascendente de Morrison (Misty morning rain) y el Neil Young de los tiempos de After the gold rush (Rocky mountain healin’) siempre en el reclinatorio.
Si queremos ahondar en ese juego de la trazabilidad, los Everly Brothers nos vendrán a la mente en la maravillosamente arcaica Weeping willow, escucharemos aquí y allá modismos homologables con Don McLean y hasta la imagen del bueno de John Denver se nos aparecerá en Summer clouds. Ray es un compositor extraordinario que en Monovision se ha propuesto resultar canónico. De ahí que el baladista mayúsculo de los tiempos de Can I stay reaparezca ahora con la soberbia I was born to love you y que el disco al completo deje ese regusto instantáneo a clásico contemporáneo. Porque Monovision incluye 10 grandes canciones, sin duda, pero reaviva sobre todo aquella sensación de que el álbum al completo, como concepto integral, era más importante que la mera suma de sus capítulos.