Casi nada de lo que ha sucedido en el folk-rock británico del último medio siglo (sí, medio siglo) sería igual sin la figura colosal, gigantesca de Richard Thompson. Empezando, desde luego, por Fairport Convention, la banda que lo redefinió todo con sus cuatro o cinco primeros discos -gloria bendita- y cuya trascendencia coincide, y estas cosas nunca son casualidad, con la militancia de Thompson en sus filas. Un paralelismo curioso: los Fairport siguen operativos a día de hoy, ejerciendo de abuelitos entrañables y convocando incluso un festival cada año al que invitan a sus amigos ilustres; Richard Thompson también sigue operativo, pero en lugar de al “revival” se dedica a propinar golpes en la mesa. Porque “13 Rivers”, y a eso íbamos, no merece que lo consideremos solo un buen disco. Es una barbaridad. No es la obra del que tuvo y retuvo, sino una exhibición, un fogonazo, un escándalo. Le surcarán las arrugas el rostro, pero Richard conserva esas manos del chavalito irredento que fue, del visionario de la guitarra eléctrica sin púa. Basta con que pulse un solo acorde y ya lo sabemos: es él. Tres años atrás, nuestro caballero de Notting Hill convocó nada menos que a Jeff Tweedy para que le produjera el muy notable “Still”. Pero no le hacía falta: “13 Rivers” lo ha producido él mismo y es sobresaliente. Nadie a los 69 años es ahora mismo capaz de mantener la frescura de la juguetona “Bones of Gilead”, el poso hondo de “The dog in you” o la lucidez en la escritura de ese fabuloso “Trying”, donde el desarrollo armónico nunca va por donde imaginaríamos. O la mordacidad de “O Cinderella”, las obsesiones en “Her love was meant for me”. Richard es otra cosa. Otra liga. Otra división.