No nos dejemos llevar por las primeras impresiones. Ripoll es un apellido catalanísimo, pero David Ripoll no solo ha nacido y sigue viviendo en Madrid, sino que hasta puede presumir de pedigrí gatuno: su abuelo era de Lavapiés, mucho cuidado. Tampoco se dejen engañar por el aire ausente, atribulado y meditabundo que desprende esa portada, con su protagonista cabizbajo y con la mirada perdida, porque este Ripoll no tiene un ápice de pusilánime ni de nihilista. Al contrario, en este primer álbum como artista en solitario hermana la luminosidad del pop más melódico con el aderezo de un alma roquera y su generoso chisporroteo de guitarras. Y todo ello, encapsulado con la suficiente mordacidad como para que no debamos perder ripio temático a lo largo de estas 10 historias sagaces y nada cándidas.
David anda por los 39 años –¡ay, las crisis!– y lleva ya un tiempo significativo danzando por las aguas del underground del foro, ya sea en las filas de El Pardo o de Hazte Lapón, ya como alma mater durante una década de Alborotador Gomasio. Pero El sueño fantasma tiene otro empaque y otra vocación, es directo y accesible sin perseguir ningún tipo de complacencia. Y es pegadizo y adictivo como han de ser todos los grandes álbumes de música popular, sin que ello le prive de su capacidad para incordiar, molestarse o elevar la voz frente a memos y mediocres. Y ningún ejemplo tan preclaro como Tienen que arder, dedicado “a todos los mamarrachos y mamarrachas que putean a los trabajadores”. Más en concreto, a quienes invierten sus mejores esfuerzos laborales en el Ministerio del Interior, justo donde nuestro personaje ejerce –las otras vidas de los artistas– como representante sindical del personal civil.
“A ver si algún día nos quitamos de encima toda esa caspa”, resume David Ripoll sobre el sentido último de ese otro trabajo con el que paga las facturas a fin de mes. Pero es fácil percibir que esa misma actitud contestataria y alérgica a las complacencias se extiende a su faceta como músico, la que aquí nos incumbe. La misma elección de invitados apunta en esa dirección felizmente belicosa, desde Frankie de Camellos en Historia universal hasta Olaya (Axolotes Mexicanos) en Septiembre, quizá los dos trallazos más certeros del álbum, aunque no desdeñemos a Raúl Querido en Marinero sentimiento ni a Algora salpimetando Humo y heridas, un tema atractivo ya desde el mismo título y con el estribillo más coreable de todo el lote.
Aúna gancho, pegada y unas gotas de mala baba Ripoll en estas canciones inconformistas, nacidas con ánimo de incordiar (Episodio nacional, la más sorprendente en el desarrollo melódico) pero, sobre todo, de volverse adictivas. Canciones maravillosamente interpretadas, además, con una voz que recuerda en timbre, cuerpo y actitud a The New Raemon, otro escéptico bien documentado. El sueño fantasma retrata un mundo que deja mucho que desear, pero en el que el pop guitarrero más sagaz se erige en un buen revulsivo para sobrellevarlo. Ah, la edición física por ahora solo existe en ¡casete!, pero todo se andará. O eso esperaremos.