Puede que no exista ahora mismo una palabra que suscite tanta alergia en el diccionario, ya sea pronunciada o leída, como “confinamiento”, líder indiscutible en la clasificación de la terminología pandémica y, con las mismas, máximo exponente de ese trauma colectivo que supuso la expansión súbita e incontrolada de un virus que logró paralizar el mundo como nadie habría imaginado ni en sus peores pesadillas. Por eso, mientras la experiencia no se normalice en la memoria como un crudo episodio plenamente superado desde el punto de vista anímico, nada parece más disuasorio en una obra de arte que el término lockdown en su título. Pero esta entrega de Roger Waters, hija en efecto de las circunstancias de 2020 y 2021, merece un levantamiento del veto tan completo como urgente.

 

No aporta The locdown sessions novedades de relevancia, ya lo avisamos de antemano, pero nos encontramos ante una grabación íntima, cálida y magnífica a cargo de uno de los compositores más importantes del último medio siglo; un hombre, además, del que por los designios de la biología, su ritmo de trabajo y demás indicios y declaraciones, difícilmente escucharemos ya nuevas composiciones. Ojalá nos equivoquemos, como con esa especie de salmo postrero y fabuloso que nos deslizó pocas semanas atrás Paul Simon. En cualquiera de los casos, un ejercicio de autoafirmación por parte de un autor de la importancia del cofundador de Pink Floyd siempre hará recomendables nuestras atenciones.

 

Como tantos otros, Waters abordó estas grabaciones como un pasatiempo para hacer frente a la súbita montaña de horas libres que trajo consigo el cerrojazo sanitario. Al parecer, tenía ya en mente revisar y abrillantar algunos temas propios que no consideraba bien rematados en su día, lo que le permite un ejercicio de reivindicación sobre páginas que distan de figurar entre las más divulgadas del catálogo. En ese sentido, la escala en la célebre Mother (de The wall, al igual que Vera) representa casi el tributo de menor interés en el lote. En contraste, emociona el reencuentro con Two suns in the sunset y The gunner’s dream, ambas provenientes de aquel trabajo postrero de Waters con los Floyd (The final cut, 1983) que repudió sin ambages David Gilmour, pero también un porcentaje nada desdeñable de los aficionados.

 

El mejor George Roger Waters posible en solitario, el de los tiempos del soberbio y ninguneadísimo Asumed to death (1992), aflora con The bravery of being out of range, una pieza que entonces y ahora debiera incluirse entre los mejores títulos de todos los tiempos escritos por su autor. Queda el epílogo final de Confortably numb, nada menos, en la versión en directo que el genio británico viene ofreciendo desde 2022 en su gira de despedida, This is not a drill. Y que incluye una variación ingeniosa: como el mastodóntico solo de guitarra del hoy nada amigo Gilmour es inalcanzable, Waters lo sustituye por uno de sus característicos coros femeninos agudos, a la manera –salvando las distancias– de aquel The great gig in the sky de The dark side of the moon.

 

A la gravedad consustancial de los ingredientes originales se suma ahora el poso de dolor y retraimiento de la pandemia, además del porte solemne que se ha ido acrecentando en un caballero que en septiembre se dispondrá a soplar los 80 tirones de orejas de su onomástica. Por eso este The lockdown sessions acaba siendo una cosa muy seria. En todos los sentidos.

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