Hay algo en este disco, o mucho, de prolongación y coda para “Magnolia”, el trabajo de 2017 que hace las veces de hermano mayor, de obra troncal de la que “Loto” ha acabado brotando como un robusto y bien formado esqueje (la metáfora vegetal no podía ser aquí más idónea). Y esa condición subsidiaria lastra de alguna manera, seguramente más subjetiva que argumentada, el valor de un álbum que sin su antecesor viviríamos como una eclosión y verificación del potencial más lúcido y festivo de la psicodelia. “Loto” es un trabajo muy bueno que, dado el precedente, se queda con pátina de secuela, de caras B o piezas adicionales para completar el trazo del disco de un año atrás. Dicho lo cual, y circunscribiéndonos a estas ocho canciones, cualquiera sacará la conclusión de que Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro han asentado ya un nivel excepcional y una inventiva radiante dentro del “indie” español (o como queramos llamarlo). Porque las referencias foráneas son distinguibles e incluso en las letras de un par de temas se verbalizan: Tame Impala, King Crimson. Pero este discurso saturado, grueso, lisérgico, como de cabeza en ebullición, posee todo el hechizo, toda la fascinación de los maestros que fundaron este tipo de sonoridad hace ahora medio siglo. “Demogorgon” o “Druyan & Sagan” son grandísimos temas que ya mismo apetece escuchar en directo. Y solo queda la muy seria duda sobre la versión de “Lucy in the sky with diamonds”, que en los conciertos resulta simpática y ayuda a la integración del espectador, pero aquí, en el contexto fonográfico, no aporta gran cosa y parece un sobrante innecesario. Vendrá un nuevo LP, completamente nuevo, y seguiremos con los oídos abiertos a pares. Aunque ellos digan que desde Aranjuez no se puede cambiar el mundo, son una bendición.