Ryley Walker va siempre por delante. Y no uno o dos pasos: muchos. Nos aprendimos su nombre y lo archivamos en lugar de privilegio con “Primrose green” (2015), donde actualizaba el legado de “Astral weeks” (Van Morrison) sin dejar de lanzarle un guiño en la portada a “Songs for beginners”, de Graham Nash. Pero la etiqueta clásica de cantautor se le quedaba corta y “Golden sings that have been sung” se convirtió en uno de nuestros cuatro o cinco álbumes favoritos de 2016 con su multiplicidad de discursos absorbentes. “Deafman glance” es bastante más complejo (aún) que su antecesor, a ratos incluso misterioso y, de largo, uno de los mejores argumentos para permanecer embelesado durante esta temporada. Son 41 minutos que no transcurren como una exhalación, porque demandan -sería lo suyo- una escucha pormenorizada e insistente. Solo “Opposite middle” acelera el paso, incluye un motivo de guitarra adictivo y opta al título de flechazo primaveral a primera vista. La seducción se cuece a fuego lento en los otros ocho cortes, alejados de manera muy voluntaria de cualquier voluntad “folk”, apartados de la alternancia clásica de estrofa y estribillo, enriquecidos por los laberintos conceptuales de un Walker que, a sus 29 añitos, ya es uno de los cerebros más preclaros de su generación. “22 days” podría ser un esbozo de Nick Drake de no ser por unas guitarras tan extraordinarias que no habrán pasado inadvertidas en el cuartel general de Wilco. La escuela de Chicago está muy presente en todo el álbum, con toda su carga de experimentos: esos tres minutos casi impresionistas de “Accomodations”, los unísonos tristones sobre un lecho electrónico para “Can’t ask why”, el folk progresivo (con flauta equívocamente bucólica) de “Telluride speed”. Walker juega en otra liga y, seguramente, le bullen más cosas en la cabeza que a cualquiera de nosotros. Por eso resulta tan fascinante.