Esto no es un disco sino, más bien, un incendio. Una descarga demoledora de funk, soul y todo cuanto podamos asociar a la música negra. Un no parar. Sylvester Stewart, nombre real de Sly Stone, apenas llevaba un par de años al frente de esta aventura multitudinaria y bulliciosa en la que se aunaban razas, géneros, conciencia social y una irrefrenable debilidad por el ritmo vertiginoso, la alegría, el empeño por hacernos cada jornada más feliz. Todo ello figura encapsulado y reconcentrado en este tercer álbum, escandalosamente brillante, variado y divertido, aunque a veces lo dejemos pasar por alto cegados por el fulgor que emanaba de sus vecinos: el inmediato antecesor, Dance to the music (también de 1968), incluía su muy exitoso tema central, mientras que Stand! (1969) rompería la banca con Everyday people o Sing a simple song.
No acontecieron aquí, en contraste, grandes hitos a 45 revoluciones, quizá porque Life reunía la rara virtud de funcionar mejor como elepé a partir de una certeza abrumadora: no había manera de encontrar un solo corte endeble. El guitarreo inicial de la pieza de apertura, Dynamite!, parecía prologar el ya cercano advenimiento de Rod Stewart. Plastic Jim se sustanciaba en torno a una inaudita traducción al funk de Eleanor Rigby. Y Harmony mezclaba una candidez muy cercana a los Jackson Five con un aire de sintonía televisiva de época.
Todo muy loco, sin duda. Todo, rabiosamente divertido, una pretensión explícita en uno de los títulos: Fun. La psicodelia delirante en I’m an animal competía en travesura con el corte más iconoclasta del lote, ese Chicken que convertía el cacareo de una gallina en material propicio para el baile. Pero la falta de un sencillo claro llevó a escoger un siete pulgadas con doble cara A, Life (y su aire de marcha festiva) y M’lady, con juegos de onomatopeyas vocales, la sección de metales enloquecida y el velocímetro completamente desbocado. Eran temas vibrantes, pero no contagiosos. Y, en consecuencia, no funcionaron en las listas.
Puede que en su día la falta de éxito de Life fuera motivo de disgusto. Hoy no queda otra que verlo como un hito. Solo James Brown había sabido sacar réditos comerciales del funk, pero Sly y su Familia supieron colocar el género en candelero. Y dejar una huella colosal en varias generaciones: sin discos como este, puede que Prince no hubiera agrandado el espectro de su ambición ni la inmensidad de su legado.
Salen en el documental Summer of soul para hacerse tremendamente corta su intervención.