¿Qué se le puede ofrecer al mundo, o al millonésimo porcentaje de sus habitantes que siguen dispuestos a prestar atención, a la altura de un disco número 19? En el caso concreto de Antonio Luque, probablemente el trabajo más brillante, profundo y pletórico –por emotivo– que haya sido capaz de manufacturar en sus 30 años recién cumplidos de carrera. Suena a hipérbole y habrá quien formule sus legítimas objeciones, pero tras sucesivas escuchas a Cal viva no hay argumento sensato para desmontar la hipótesis. Empezando por el hecho de que prescindir de cualquiera de estos 12 cortes, por un motivo u otro, representaría una amputación.

 

El sevillano Luque se ha convertido en nuestro gran apóstol del pesimismo razonado, una característica que en Cal viva resulta seminal desde su misma portada, esa estampa soberbia y dolorosa de un baile goyesco en torno a una hormigonera. Pero el desencanto, el reproche y la acritud no están reñidos ni con la lírica ni, por supuesto, con el sentido del humor, un equilibrio en el que el Chinarro letrista ejerce como maestro consumado. Solo él podría transformar el descubrimiento de una foto de familia de su primera comunión para erigir un monumento bellísimo a la nostalgia, las pérdidas irreparables y las represiones emocionales (Comunión). Y hay que acumular mucho ingenio, manejo de nuestra más dolorosa historia reciente y vitriolo para escribir Carlos Haya, retrato de uno de los aviadores canonizados por el franquismo. Muchos solo sabrán de él por ese Capitán Haya que figuraba y aún figura en no pocos callejeros, pero estuvo involucrado en esa terrible Desbandá en la que los golpistas acribillaron a la población civil mientras huía de la Málaga sitiada. Y la, musicalmente extraordinaria, se vuelve hiriente en su estribillo: “Sepan que me apunto a un bombardeo / Así es la vida, los muertos son los feos”.

 

Luque/Chinarro siempre ha dado mucho que leer, escuchar y, sobre todo, pensar, pero superada la cincuentena se ha vuelto más explícito y afilado. Ello coincide con su mudanza de Barcelona a Málaga, un tránsito que aprovecha para renovar su alineación de allegados y colaboradores e introducir cuerdas y vientos en un cancionero que se vuelve musicalmente riquísimo, más aún con esos inesperados giros melódicos y armónicos en los que se nota el respaldo de intérpretes más familiarizados con las estructuras del jazz. Todo contribuye así a arropar la voz queda pero hipnótica de Antonio, que sugiere tristeza pero también calidez y anhelo, y que adelanta por la derecha a Nacho Vegas en su pretensión de erigirse en nuestro Kurt Wagner (Lambchop) peninsular.

 

Inmerso en ese estado de gracia, Luque tan pronto desdeña con sorna las tentaciones del amor (Exvoto es puro escepticismo de la vida adulta) como abraza aires de funk guasón con V de victoria, se desangra ante el paso del tiempo con la preciosa y desolada Me acaricio o repudia a los pelmas que nos endiñan sus escuchas musicales sin que se lo hayamos pedido con la hilarante Altavoz bluetooth, un primor que, por temática y desarrollo, convierte de una vez por todas a Sr. Chinarro en el equivalente en castellano de Jens Lekman. Y eso es mucho decir. Cal viva encierra decepciones y apoplejías múltiples (Bufón), pero a la vez pellizca, estimula, divierte y, sobre todo, emociona. Y todo ello sí que es una rara bendición.

 

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