Kaleidoscope world nos sugirió una honda sensación de nostalgia desde el mismo día en que cayó en nuestras manos. Hoy esa melancolía se multiplica ante la constatación de que ha transcurrido ya mucho, demasiado tiempo desde aquella inicial, probablemente inducida e impostada. Era este un disco que apelaba al pasado y que hoy ya forma parte, y de qué manera, de ese pasado nuestro cada vez más inabarcable. ¿Exponernos a la belleza puede hacer que se nos entristezca la jornada? He aquí el dilema: a falta de confirmación psicológica o neuronal, la praxis melómana hace pensar que sí.
Aquel mundo del caleidoscopio reunía un puñado de canciones intensamente evocadoras. Eran exploración y rastreo en un universo idílico, armonioso y acogedor que ya no existía entonces y ahora solo puede parecernos quimérico y remoto. El tándem integrado por Corinne Drewery y Andy Connell había irrumpido un par de años antes con It’s better to travel, un álbum rematadamente bonito hasta en el título. Y sí, claro que nos habían conquistado: eran los tiempos de Breakout, una canción de metales juguetones que incluso logró sus minutos de merecida gloria radiofónica. Pero… esta segunda entrega llegaba mucho más allá.
¿En qué había consistido el salto? El primer disco era el testimonio de unos mancunianos de gustos clásicos y distinguidos; este segundo, más bien el de unos veteranos de equívoca apariencia juvenil que se hubieran animado a desempolvar unas páginas preciosas que tuviesen escritas desde un par de décadas antes. De ahí, ya desde entonces, la perplejidad. De ahí, ahora, la incontrolable tentación morriñenta.
¿Cómo mejorar una apertura de las dimensiones de You on my mind, con su bajo galopante, los tambores pomposos y esas cuerdas irrumpiendo como una exhalación? Los muchachos escribían tal que si hubiera estado en nómina de la Motown, para después sustituir a Goffin en la alianza con Carole King y terminar ejerciendo un meritoriaje acelerado junto a Burt Bacharach. Y de la producción y los arreglos orquestales se hacía cargo nada menos que Jimmy Webb, el autor de Wichita lineman o By the time I get to Phoenix. Por eso todo el disco era una virguería en tecnicolor, desde Tainted a Where in the world. Incluso el instrumental The kaleidoscope affair era abono puro para la cinefilia: pide a gritos unos títulos de crédito. Ha habido un buen puñado de discos posteriores de SOS, pero ninguno como los dos primeros. Y menos aún como esta caleidoscópica segunda entrega.
Completamente de acuerdo con vosotros. Este álbum es una obra maestra de la música del siglo XX. Instrumentalmente rico, rítmico, cargado de síncopas, melodioso, cargado de variaciones. Evoca ensoñación, aventuras, múltiples sensaciones. La voz de la solista es un instrumento más, con sus juegos de sílabas imitando instrumentos…. ¡Gracias por este artículo! Otro de mis álbumes del XX favoritos es Days of future passed de Moody Blues….
Kaleidoscope World es uno de mis discos favoritos de todos los tiempos: recuerdo la impresión que me causó escuchar en la radio “You on my mind”, canción que contagia positividad y buen rollo (como todo el álbum) y que me evocaba antiguas películas de los años 60 con descapotables viajando por carreteras sinuosas al borde del mar. Coincido contigo, Fernando, en que siendo “It’s better to travel” un estupendo album de debut, este segundo disco iba mucho más allá: el sonido que consiguieron fue un auténtico milagro. Esos arreglos orquestales parecían de otra época y fueron toda una sorpresa en un grupo joven que grababa su segundo disco y que hasta entonces tenía un sonido bastante electrónico, aunque con un importante toque soul. Eso, unido a composiciones tan inspiradas como el citado primer single o “Precious words”, “The waiting game”,”Forever Blue”… El disco no tiene desperdicio: es una obra maestra.
Impecable comentario, Félix. Gracias por tu amabilidad, la lectura tan atenta y por compartir este análisis tan oportuno. Abzs 🙂