Son múltiples, variadas y sólidas las razones por las que Roland Orzabal y Curt Smith sumaban más de 17 años sin activar la tecla de Tears for Fears, los transcurridos desde aquel Everybody loves a happy ending (2004) que, por lo demás, pasó más bien de puntillas por delante de nuestros oídos. Y aunque un paréntesis tan colosal nunca se ve recompensado por un regreso igual de superlativo, lo cierto es que este Punto de inflexión es un trabajo sencillamente espléndido. Un compendio, sin duda, de los que el dúo ha significado desde una génesis que se remonta a los primeros años ochenta, pero también una demostración de escritura profunda, maestría en cada detalle y ascendentes estéticos propios de auténticos gourmets del pop.
La cruel enfermedad de Caroline, la mujer de Orzabal, explica en buena media tanto la inactividad del tándem como su necesidad de afrontar este regreso inopinado, como un proceso de catarsis y sanación después de que el desenlace fatal se consumara en 2017. Los seguidores de la banda, una de las más adoradas en los ochenta y cuyo legado mejor ha envejecido con el tiempo, encontrarán familiares algunos paisajes sonoros. La preciosa y apacible Rivers of mercy transita cursos parecidos a los de Woman in chains, mientras que el aire pomposo de Shout reaparece en The tipping point. Pero No small thing, el extraordinario tema inicial, se sale por completo de los cauces y recuerda, a veces mucho, a Neil Finn y Crowded House. Y para no acabar con las sorpresas, cualquiera habría perdido una apuesta pronosticando que The master plan era una grandísima canción de… Manic Street Preachers.
En cualquier caso, las 10 canciones que finalmente redondean la entrega (hay una undécima para la edición especial) parecen sometidas a un lento proceso de cura que las hace cuidadísimas, refinadas, quintaesenciales. Los parentescos con Depeche Mode afloran aquí y allá, en End of night o, muy especialmente, My demons, mientras la densa capa de sintetizadores profundiza en la honda nostalgia ensoñadora de Long, long, long time. Y todo para acabar recalando en Break the man, demoledora diatriba contra los hombres posesivos y seguramente la canción mejor construida y más adictiva de TFF en todo el siglo XXI.
No ocultan las sienes plateadas los hoy ya sexagenarios Orzabal y Smith, ambos pertenecientes a la generación del 61 y nada necesitados de aparentar lo que no son. Pero en una trayectoria tan intermitente como la de Tears for Fears, de los que Curt incluso desertó durante los años noventa, nada hacía prever un trabajo de la solidez y belleza de este The tipping point. A partir del dolor por las pérdidas y las incertidumbres de estos tiempos nuestros tan turbulentos, va a ser verdad aquello de que la vida te da sorpresas.
Fué uno de mis grupos favoritos cuando solo contaba con 18 años, ahora a mis 50, puedo decir que me siguen gustando tanto o más que antes con este grandioso disco. Gracias a la vida por dar músicos como ellos que no pierden la esencia del buen hacer musical.
Y gracias a ti, Mónica, por tu participación. Bienvenida a los comentarios.
Muy agradable sorpresa Fernando. Una banda que me cautivó en los ´80 y que yo pinché durante todos esos años en discotecas y Pub. Tantos años después vuelven. La pandemia parece que ha hecho reflexionar a las bandas y vuelven muchos de ellos con conciertos y discos nuevos o grabaciones de temas del pasado. Ayer oí en televisión también que hacen gira mundial, bueno menos en Rusia, imagino. ¡Larga vida a Tears for Fears!
Yo no les he visto nunca en directo, la verdad, y me encantaría… !!!
A veces la vida te da grandes sorpresas como es en este caso The Tipping Point. Gracias Tears For Fears, porque gracias a músicos como vosotros, la vida tiene un sentido grandioso, más humano. Siguen teniendo aquella frescura de sus comienzos, los que aquellos jamás debieron irse de todo. La nostalgia aflora a cada paso de este disco, y eso de agradece. Que sigan siendo ellos mismo a pesar de todas las cosas. Al final va a ser verdad aquello de que la vida te da sorpresas.
Gracias por tu comentario, Miguel. Estoy de acuerdo, sí: sorpresón 🙂