Quien pensara en nuestros entrañables Hermanos del Canuto como una banda remota o en vías de extinción, o incluso quien la hubiera olvidado o, en su cándida e incauta juventud, no la haya conocido, debería ponerse urgentemente sobre la pista correcta a través de esta grabación. El consabido doble disco en directo es en esta ocasión un testimonio de vida y, más que nada, el refrendo de que el tiempo no le clava por igual sus lacerantes llagas a todos los mortales. No son otros que Pat Simmons y Tom Johnston los hombres que siguen al frente de la formación y quienes se disponen, en un Beacon Theater manifiestamente entusiasmado, a revivir los dos álbumes a buen seguro más decisivos que constan en el historial de una hermandad tan ilustre.

 

Sucede que Toulouse Street y The captain and me, las dos obras que aquí se reivindican y refrescan en su integridad, se remontan a 1972 y 1973 en sus registros originales, lo que implica aceptar que sus impulsores primigenios son hoy unos ilustres caballeros septuagenarios, o casi. Y ahí está la magia, la maravilla de este testimonio de una noche del pasado noviembre en Nueva York y que ahora queda plasmada de modo perenne para nuestro disfrute y el de quienes nos sucedan.

 

Recordar dos álbumes de principio a fin, respetando la totalidad de sus cancioneros y el orden con el que fueron distribuidos (y nunca de manera caprichosa, para que les conste a los adictos al modo aleatorio), supone una declaración de amor al elepé, a la obra íntegra, a la unidad de medida por antonomasia de nuestra música. Y es normal que Johnston y Simmons se decanten por las dos obras maestras de su incumbencia, porque no iban a ser ellos quienes sacasen a relucir otros discos notables (Minute by minute, en particular) que nacieron en la segunda mitad de los setenta bajo los auspicios ya de Michael McDonald, una especie de nuevo líder sobrevenido. Los temas que llevamos cuarenta y tantos años tarareando se benefician ahora de un tratamiento reafirmante, vivaz, reactivado sobre todo por la pletórica presencia de una sección de metales en la que sobresale el ilustrísimo Marc Russo, tantos años integrante de Yellowjackets, aquellos amenos prohombres del jazz fusión.

 

La canción más esperada de todas, Long train running, es a su vez la más modificada y reinventada a partir de estas directrices, con un solo de saxo sencillamente monumental. Pero vuelven a pasar por nuestros tímpanos China grove, South city midnight lady, Listen to the music, Jesus is just alright… y solo podemos sentirnos dichosos. Como el público de Nueva York, por lo que se oye y hasta se intuye. 25 años tardó en producirse el reencuentro con la mítica sala. Pero la vibración, en ocasiones así, adquiere cuerpo y dimensión propios.

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