Nadie en su sano juicio destacaría Word of mouth entre los dos o tres álbumes más relevantes, inspirados, influyentes o significativos de las dos docenas de discos con la firma de The Kinks. Y tampoco será este el lugar desde el que erigir un monumento a la disidencia estrafalaria o a la nostalgia caprichosa y sin fundamento, pero resulta que acaso estas 11 canciones sí terminasen configurando uno de los lotes más disfrutables para el rock adulto en los turbulentos años ochenta. Ah, y una de las joyas menores reivindicables de los hermanos Davies, muy superior al elepé que había llegado apenas un año antes, State of confusion (por mucho que en él se incluyera el megaéxito Come dancing), y a años luz del sucesor, Think visual (1986), que ya entroncaba, ay, con algo bastante parecido a la decadencia.

 

Conste que a espina dorsal del grupo pasaba momentos de zozobra cuando se grabó Word of mouth. Ray Davies andaba inmerso en pleno proceso de separación de Chryssie Hynde, líder plenipotenciaria de los Pretenders, que en los años dulces había redondeado una versión prodigiosa de I go to sleep, vieja (1965) y oculta perla olvidada de los Kinks. Dave Davies había fracasado con estrépito en solitario con Chosen people (1983), su tercera y mejor entrega en solitario, y echaba las culpas del desaguisado a Warner, hasta puede que con razón. Por si fuera poco, el propio Dave no podía ni ver al batería original de la banda, Mick Avory, que acabaría siendo despedido en mitad de las sesiones.

 

Pues bien: pese a todas las dificultades, prendió la llama.

 

El primer sencillo, Do it again, es un raro prodigio de AOR con sintetizadores, y ese mismo aire de rock para estadios (aunque el grupo hubiera perdido capacidad de convocatoria) latía en la deliciosa Summer’s gone y en el tema titular, puro hard-rock a cargo de los padres –no nos olvidemos– de You really got me. Dave revivía como ocasional gran compositor en Guilty y Ray legaba para la posteridad la cantarina Good day y la meditabunda y estremecedora Missing persons. Todo entraba a la primera, todo merecía dedicarle no ya una escucha, sino un buen puñado. Demasiadas cosas demasiado buenas como para dejarse, sin más, este inesperado discazo en el tintero.

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