Hemos tendido en ocasiones a acercarnos a la figura de Tom Jones desde un cierto ánimo caricaturizador. Imaginábamos al de Pontypridd como un varón sobreestimulado siempre por su generosa producción de testosterona, ese caballero que ya parecía entrado en años incluso desde su más tierna juventud, el cantante de voz huracanada que ya por entonces amenizaba a una audiencia acaudalada y poco exigente en los casinos de Las Vegas. En todo ello podía haber atisbos de verosimilitud, pero es urgente colocar cada cosa en su sitio. Reconocer, ante todo, la vigencia de esa garganta descomunal y felina, eternamente referenciada como El Tigre de Gales. Admirar su inagotable predisposición al trabajo, plasmada en el hecho de que este disco supusiera su decimoquinta visita a los estudios de grabación en apenas una década. Y desmentir su condición de cantante que despreciaba el formato de elepé y solo mimaba las grabaciones que acabarían plasmándose sobre las siete pulgadas.

 

Memories don’t leave like people do sirve como un magnífico contraejemplo. Pasó de puntillas en su día y no lo recordamos como merecería, pero es un álbum apasionado, sólido y espléndido. Coherente en sus contenidos, que giran siempre en torno a la fascinación de Jones por el repertorio soul del sello Motown, para lo que decidió contar con la producción y las composiciones de Johnny Bristol. Este ilustre veterano de la factoría de Detroit atravesaba por un momento dulce con un importante éxito grabado por él mismo, Hang on in there baby, y otro aún mayor para los Osmonds, Love me for a reason. A Jones le escribió la mitad de los 10 cortes de este LP, entre ellos el rutilante Lusty lady, el carnal y doliente The pain of love o el boyante y más urbano We got love, con las cuerdas y los metales trabajando a todo trapo mientras el jefe exhibe su insultante dominio de las notas agudas.

 

El disco es grabó en Hollywood, sin escatimar detalles: los acreditados Wade Marcus y HB Barnum asumían los arreglos y hasta se recurría a la firma del ilustrísimo Burt Bacharach para la pieza de cierre, la solemne y orquestal Us. Pero, además de por su portada pavorosa (esa tipografía horrenda, ese silueteado grotesco), el disco acabaría siendo recordado por el sobrevenido carácter irónico de su título: los recuerdos no se marchan, a diferencia de las personas, como demostraría Jones dándole un portazo a su discográfica de siempre, Decca, para fichar por Epic (Estados Unidos) y EMI (Reino Unido).

 

No fue la mejor de las ideas, porque los siguientes álbumes, para los que intentó un acercamiento al country y el western, resultaron ser bastante dudosos. Pero Memories… confirmaba el enorme mérito de Tom como un artista versátil, justo la característica que más recelos suscitaba por entonces entre la crítica. El galés, que siempre mencionó como sus cantantes favoritos al asilvestrado Jerry Lee Lewis y al meloso Brook Benton, no renunció nunca a hacer lo que le venía en gana. Y eso bien que le agradecemos.

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