La aparición de un nuevo álbum en estudio de Vetusta Morla siempre constituye un acontecimiento de primera magnitud. En este caso, además, puede que sirva también para alentar el desconcierto. El quinto elepé de los madrileños no es exactamente tal, sino la regrabación, reelaboración o reinterpretación de su antecesor, Mismo sitio, distinto lugar (2017). Esas “canciones dentro de canciones” a las que aluden sus artífices son las que ahora ven la luz como MSDL, a la manera de deconstrucciones de sus hermanas mayores. Los mismos 10 títulos y con el mismo orden, pero desde una óptica distinta. A menudo más orgánica y cercana; menos revestida y tecnológica que las grabaciones surgidas en aquellas intensas sesiones de hace tres primaveras en los estudios Hansa de Berlín.

 

El inconformismo del sexteto de Tres Cantos es legendario, y en él radica una parte nada pequeña de su excelencia. Nunca han querido acomodarse al camino ya andado ni dejar de considerar su repertorio como material vivo y en transformación, como saben quienes hayan podido seguirles el suficiente número de ocasiones sobre los escenarios. Su decisión de homenajear y rearmar su álbum inaugural, Un día en el mundo (2008), y algunas rarezas de aquellos inicios se materializó una década más tarde, el 30 de diciembre de 2018, con un concierto singularísimo y extraordinario en el WiZink Center madrileño. La reinvención de la obra propia también parece alentar este MSDL, pero la decisión de que el quinto título de los vetustos sea la réplica del cuarto es, cuando menos, pintoresca. Puede incluso que caprichosa. Y hasta inquietante, si llegásemos a la conclusión de que este trabajo adquiere naturaleza propia ante la ausencia, tres años después, de un repertorio rigurosamente nuevo.

 

Aclarémoslo sin más demora: MSDL es excelente. Su alter ego ya lo era, claro, con independencia de que el aficionado medio del sexteto no suela señalarlo como su favorito, porque con precursores como Mapas (2011) y La deriva (2014) tampoco resulta sencillo competir. La nueva entrega plantea, además, el juego irresistible de la comparación. A partir de este 22 de mayo, fecha oficial de su salida, decenas de miles de seguidores decidirán, título por título, si prefieren las versiones de 2017 o las que ahora se nos proponen. Y hasta puede que esta actualización de 2020 salga mejor parada en la comparativa, al menos entre la afición clásica. Al prescindir de los aditamentos electrónicos, el sonido es más homologable al de los comienzos, aunque con una tendencia a la vertiente más contenida de la banda. Un respiro de su propensión a la épica, si queremos verlo así.

 

En ese sentido, MSDL parece concebido como banda sonora para ese nuevo proyecto escénico que Vetusta Morla había emprendido en febrero, con espectáculos teatrales de gran hermosura y para un público menos multitudinario. Íbamos a encontrarnos con los Vetusta que recuperan el placer por el teatro y la butaca, por la distancia corta y la mirada directa, frente a la grandilocuencia del rock para pabellones. El maldito virus cercenó esa gira cuando apenas había dado sus primeros pasos, además de posponer en casi dos meses la publicación de esta criatura fonográfica. Nosotros nos hemos quedado, por ahora, sin el espectáculo en vivo. Y MSDL ha perdido por el camino, mucho nos tememos, su principal coartada.

 

MS_DL sería una magnífica excusa para una edición ampliada o deluxe de Mismo sitio, distinto lugar, igual que el concierto de diciembre de 2018 bien merecería enriquecer una reedición con todos los honores de Un día en el mundo, quizá el debut más extraordinario en la historia del rock español. Pero el nuevo elepé no tiene mucho sentido de por sí, como entidad propia. Las dos canciones más histriónicas del original, Palmeras en La ManchaTe lo digo a ti, pierden parte de su gracia en estas réplicas más modosas. La fabulosa 23 de junio sufre la mutación más llamativa al transformar de ternario a binario el compás. ¿Cuál es mejor? ¡No lo sabemos! La renovadísima 23 de junio vuelve a ser una bendición, lo mejor del lote.

 

La vieja escuela gana muchos puntos con sus nuevos ropajes, frente a su algo desaforada formulación previa. Y todo se disfruta, sin duda. Mucho. Pero este no es el disco que esperábamos de VM; no podemos darlo como nuevo, porque no lo es. Y morimos de ganas por saber cuál es, de verdad, el siguiente paso de Pucho, Guille Galván, Juanma Latorre y compañía. Porque esto no es un paso, sino un mero amago.

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