Nada de lo que sucede en “Walk through fire” es del todo novedoso. Todo o casi todo resulta, en cambio, abrumadoramente excitante. Produce Dan Auerbach, pero olvidémonos del universo ‘garajero’ de los (ahora redivivos) Black Keys: desde su propio “Waitin’ on a song”, el de Ohio vive un prolongado idilio con esa transición fastuosa entre los años sesenta y setenta, cuando no se podía imaginar nada más grande que el arte de concebir canciones. Y Yolanda Quartey, esta chica de Bristol que llevaba tiempo procurándose las lentejas como vocalista de sesión y líder de una banda de ‘americana’ (Phantom Limb) a la que no llegó a prestar atención nadie, ha comprendido que aquellos parámetros compositivos y emocionales no admiten comparación con el trap y demás mejunjes de los patrones actuales. Yola se erige aquí, ya casi desde el mismo grafismo, en una alternativa femenina al fabuloso Michael Kiwanuka, pero en realidad remite a todo el ecosistema country-soul de medio siglo atrás: desde Dusty Springfield a Nancy Sinatra, los arreglos de Glen Campbell, los estudios Muscle Shoals en Alabama… La inicial “Faraway look” es pura (y maravillosa) grandilocuencia ‘vintage’, como si Burt Bacharach se hubiera puesto a reescribir con Carole King “Will you love me tomorrow”. “It ain’t easier” se entrega con fervor al góspel, “Deep blue dream” es un baladón inapelable a ritmo de vals y el tema titular recala en el country clásico tal que si Patsy Cline hubiera ejercido una asesoría áulica. Y todo esto antes de advertir sobre algo importante: si escuchan “Shady grove”, tan cándida, atemporal y encantadora, caerán fulminantemente enamorados. Yola es dueña de una voz natural, prodigiosa, de la que es imposible cansarse. Por eso este disco superará, ya lo verán, la cruenta prueba del paso del tiempo.