“Este disco ha sido posible gracias al mecenazgo de Jorge Drexler, El Kanka, Rozalén, Zenet, Antonio de Pinto, Alexis Díaz Pimienta, Marwan…”. Para quienes no conozcan todavía al gaditano Fernando Lobo, el comienzo de este listado de cómplices y promotores puede servir como indicio flagrante de que aquí se cuece canción de enjundia. En la nómina se perfila la sospecha; en los 13 cortes que luego descubrimos reside la constatación. Cosa seria, lo de Lobo, un tipo al que la brisa gaditana impregna no solo de desparpajo, sino sobre todo de eclecticismo. Hay en este disco la evidencia de que la inspiración debe huir de cortapisas; por eso la confluencia de mares, procedencias y aromas de un grumete europeo con un ojo a menudo puesto en los puertos de América Latina.
Se titula así Versos robados porque Lobo ha querido alimentarse esta vez de poemas ajenos, aunque entre medias se cuela ese bolerazo junto a Zenet, La canción del dibujante, que sí compuso él durante una conversación por guasap con el poeta barcelonés Tito Muñoz. En el préstamo de otras plumas radica el hilo conductor de un trabajo que, en realidad, en absoluto procura una acción unitaria. Porque Fernando picotea de allí y de aquí, y tan pronto aprovecha hasta tres páginas de Gloria Fuertes como otras tantas de su paisana Pilar Paz Pasamar, recientemente fallecida sin seguramente todos los honores que merece. O recurre a Lorca, pero con la mínima y singular Nana tonta, al tiempo que nos descubre el verbo cotidiano y vivificante del algecireño Juan José Téllez (Europa).
No, no hay aquí unidad de acción, como decíamos. Y eso mismo representa una toma de posición en sí misma: Lobo es cantautor plural, espontáneo, fino, de voz afable y nada manierista, sentimental desde la complicidad con las voces de la calle. Y también es poeta, medio novelista y profesor, por aquello de no restringirse ni acomodarse. Por eso sienta tan bien un disco en el que cabe un breve, solemne y hermoso arreglo de cuerdas (Aunque lejos, versos de Fernando Quiñones), pero también una balada de regusto country (Con las botas puestas, una de las de Paz Pasamar) o la inspiración de una Violeta Parra en Nací para poeta o para muerto, el epílogo encantador de esta entrega.
“Nací para puta o payaso y escogí lo difícil: hacer reír a todos los clientes desahuciados”, escribía en aquel poema Gloria Fuertes, y probablemente Fernando Lobo se sienta hoy identificado en ese imaginario tan lúcido e iconoclasta. Incluso aunque nos termine regañando, qué se le va a hacer, Javier Marías.